AJUSTES,
TARIFAZOS Y ENDEUDAMIENTO: LA RECETA NEOLIBERAL
COMPLETA
Con sus políticas de ajustes, alto endeudamiento y suba permanente y desproporcionada de tarifas, el gobierno se está cavando su propia fosa. Logró superar el conflictivo diciembre, pero cuando avance un poco más el verano no tardarán en aparecer distintos conflictos. Habrá que ver qué capacidad emplea para gestionarlos. Por ahora disfruta de cierto grado de confianza y apoyo que es más producto del rechazo al kirchnerismo antes que de méritos propios.
Con sus políticas de ajustes, alto endeudamiento y suba permanente y desproporcionada de tarifas, el gobierno se está cavando su propia fosa. Logró superar el conflictivo diciembre, pero cuando avance un poco más el verano no tardarán en aparecer distintos conflictos. Habrá que ver qué capacidad emplea para gestionarlos. Por ahora disfruta de cierto grado de confianza y apoyo que es más producto del rechazo al kirchnerismo antes que de méritos propios.
Por Marcelo R. Pereyra
REFORMAS QUE AJUSTAN. En lo que hace
al manejo de la economía, entre fines de 2017 y comienzos de 2018, el gobierno
de Cambiemos decidió jugar, casi de una vez, todas las cartas que tenía
guardadas. Algunos economistas afirman que las “reformas” previsional, fiscal y
laboral son el plan “B” de una administración que no recibió todas las
inversiones que esperaba recibir; inversiones que al parecer serían la panacea
universal para todos nuestros problemas, desajustes e inequidades sociales.
Pero no, los inversores extranjeros son señores muy malos que decidieron no
invertir en Argentina vaya uno a saber por qué. La verdad es muy
distinta: nunca hubo plan “A” y en consecuencia tampoco hay plan “B”. El que
viene desarrollando Macri desde su asunción hace dos años es el único plan. Solamente
que ahora ha decidido acelerar su aplicación respaldado por el favorable
resultado electoral de octubre. Este plan nunca contempló un aluvión de
inversiones productivas. Todo lo contrario, siempre apostó a las inversiones
especulativas en la Bolsa. Según del diario especializado Ámbito Financiero,
2017 “fue un año de altas rentabilidades donde aquellos que apostaron a la
Bolsa pudieron ganar más de 500%.
Así el Merval se erigió como uno de los
mercados más rentables del mundo, al lograr una suba del 77,7% anual en
pesos y un avance del 60% en dólares” (2-1-2018). El sector empresario que más
utilidades rindió fue precisamente el financiero, impulsado –según Ámbito- por
“el crecimiento de la economía, la recuperación de los préstamos al consumo y
el boom de préstamos hipotecarios, que impulsaron los ingresos de las entidades
financieras”. De este modo,
¿quién va a invertir en ladrillos, en máquinas o en instalaciones si es mucho
más lucrativo apostar a la Bolsa? Ámbito lo reconoce: “Las acciones fueron así nuevamente las mejores inversiones del
año, de la mano de un repunte en la economía, y gracias a la contundente
victoria electoral del oficialismo en las elecciones legislativas de medio
mandato, lo que le dio respaldo para avanzar con reformas estructurales que esperaban los mercados” (2-1-2018). Las “reformas
estructurales”, que ansiaban esas entidades fantasmáticas que son “los
mercados”, no son otra cosa que las “reformas” previsional y laboral que
apuntan a sacar de los bolsillos de los trabajadores activos y pasivos el
dinero necesario para cumplir con los pagos de la deuda eterna, financiar
maniobras especulativas de grandes empresas y aumentar las utilidades del
sector agropecuario reduciéndole las retenciones a las exportaciones. En el aspecto
fiscal, la “reforma” –palabrita que
suena mejor que ajuste- es un clásico, por no decir figurita repetida, de la
receta neoliberal: el Estado debe ser pequeño y dejar que los “mercados”
manejen la economía sin injerencias molestas, como controles y regulaciones. El
ministro de Economía de la última dictadura cívico-militar-eclesial, José
Martínez de Hoz, acuñó un eslogan que fue el leitmotiv de su gestión: “Hay que
achicar al Estado para agrandar la Nación”. Achicar es otro eufemismo que viene
a significar que el Estado debe ser debilitado para que no tenga capacidad de
arbitraje en los conflictos entre empresas y entre empresas y trabajadores, y
para que las empresas que administra –yacimientos de petróleo, carbón y otros
minerales, aerolíneas de bandera y ferrocarriles, servicios públicos, etc.- no
interfieran en los negocios de los privados. La idea era abrir las
importaciones manteniendo barato al dólar y apostar todos los porotos a las
explotaciones agropecuarias para volver a ser “el granero del mundo”. La industria
nacional fue condenada a desaparecer: se le restó toda importancia estratégica
pues al país le daba lo mismo “producir acero que
caramelos”, según declaró el entonces secretario de Comercio, Alejandro Estrada. El resultado de aquella política fue una ola de privatizaciones,
despidos, quiebras y otras calamidades por el estilo.
NADA SE PIERDE, NADA SE GANA.TODO SE TRANSFORMA. El parecido de
aquel escenario con el de la actualidad no es casualidad: todos los gobiernos
que vinieron después, con algunas salvedades, hicieron más o menos lo mismo.
Esta continuidad de la receta neoliberal tiene nombres propios que aparecen en
gobiernos de distinto cuño: en primer lugar, su alma mater, su gurú, el
doctorado por Harvard Domingo Cavallo. Como se recordará, el Mingo -quien acaba
de elogiar las “reformas” del macrismo- fue presidente del Banco Central
durante la dictadura y ministro de Economía del peronista Carlos Menem y del
radical Fernando de la Rúa, además de ser estrecho asesor económico de Néstor
Kirchner: Cristina Fernández llegó a decir que "Cavallo es el cuadro más lúcido que ha tenido el
gran capital" (https://www.youtube.com/watch?v=TL9s4aFRsT0). Martín Redrado, otro economista “ortodoxo”, con
estudios de posgrado en Harvard, fue presidente de la Comisión Nacional de Valores con Menem, secretario de Comercio y Relaciones
Económicas Internacionales con Eduardo Duhalde y mandamás del Banco Central bajo las presidencias de Kirchner y Cristina
Fernández. Por último, un tercer economista del palo neoliberal, Alfonso
Prat-Gay -egresado de la Universidad Católica Argentina, con posgrados en EEUU
y ex directivo de la “financiera” JP Morgan- fue presidente del Banco Central durante las presidencias de Duhalde y de Kirchner, y en
2015 fue designado por Macri como ministro de Hacienda y Finanzas Públicas de
la Nación. Tres ejemplos de
muchachos todoterreno, de similar formación académica, experiencia en práctica
privada y pensamiento económico, dispuestos a servir al capital desde el lugar
de la trinchera que les toque ocupar, no importa quién sea el general que los
designe.
FALSAS PROMESAS. Volvamos a la
actualidad y al sonsonete del ajuste fiscal. El 29-12-17 Ámbito publicó que el FMI (quién si no) “pidió a la Argentina acelerar el ritmo del ajuste
fiscal ya que reduciría las vulnerabilidades externas, crearía credibilidad y
ayudaría a anclar las expectativas de inflación”. El mensaje es claro: si
gastan menos habrá inversiones. Sin
embargo es un mensaje mentiroso y una falsa promesa; una zanahoria que el FMI
pone delante de los gobiernos para asegurarse que reduzcan su gasto. Pero
¿dónde deben reducirlo? Ámbito contesta: “la reducción del
gasto público es esencial, especialmente en las áreas donde el gasto ha
aumentado muy rápidamente en los últimos años, especialmente los salarios, las
pensiones y las transferencias sociales”. Es decir, aprieten a los trabajadores
activos y pasivos y a los sectores más vulnerables. De los que más tienen, ni
una sola palabra. Otro mandamiento del sacrosanto dogma neoliberal
es la privatización de las empresas públicas bajo el argumento de que en manos
del Estado son deficitarias y que al ponerlas bajo la administración de
empresas privadas mejora significativamente su gestión. Hasta los años ’80 del
siglo pasado, es decir, hasta la reconversión del capitalismo como
neoliberalismo, la electricidad, el gas y el agua eran producidas y
distribuidas a través de compañías semipúblicas. Lo mismo sucedía con el
transporte por ferrocarril. Cobraban sus servicios a un precio que permitía
mantenerlos y mejorarlos, pero si producir grandes beneficios. No tenían
accionistas a los que responder y eran controladas por las administraciones
públicas. Al ponerlas bajo gestión privada, las empresas que brindaban estos
servicios vitales para toda la población debían producir beneficios, lo cual es
casi un oxímoron. Desde entonces, por falta de inversiones y mantenimiento, los
usuarios sufren cortes de luz, carencias de agua, gas y cloacas, y deben viajar,
amontonados como reses que van al matadero, en trenes peligrosamente obsoletos. De esta manera, las empresas que manejan
servicios públicos se ven altamente beneficiadas por un Estado que no las
controla y que les concede generosos aumentos en sus tarifas. Y la yapa es que
estos aumentos les permiten acumular unas ganancias que rebotan favorablemente
en el juego de la Bolsa de Valores. Ámbito Financiero, en su nota del 2-1-2018,
explicó que gracias al aumento de tarifas que
recibieron en 2016 y 2017 las acciones ligadas al sector gasífero y eléctrico
fueron las que mejor rendimiento lograron.
ESTA PELÍCULA YA LA VI. Con sus
políticas de ajustes, alto endeudamiento y suba permanente y desproporcionada
de tarifas, el gobierno se está cavando su propia fosa. Logró superar el
conflictivo diciembre, pero cuando avance un poco más el verano no tardarán en
aparecer distintos conflictos. Habrá que ver qué capacidad emplea para
gestionarlos. Por ahora disfruta de cierto grado de confianza y apoyo que es
más producto del rechazo al kirchnerismo antes que de méritos propios. Los
jueces federales deberán trabajar mucho para seguir procesando a sindicalistas
mafiosos y a funcionarios del gobierno anterior a fin de atenuar, un poco al
menos, el mal humor social que está por venir. Mauricio Macri seguirá haciendo
los deberes con el FMI, pero ello lo llevará a protagonizar una película que ya
vimos varias veces y que siempre termina mal.