12 de diciembre de 2017

Conejillo de indias



MULTITUDINARIAS MARCHAS  DEL PUEBLO HONDUREÑO EN REPUDIO AL FRAUDE ELECTORAL 

Honduras se ha caracterizado en los últimos años por oficiar de vanguardia en el disciplinamiento de los pueblos a través de diversas estrategias injerencistas. Luego del golpe de 2009 a Manuel Zelaya se inaugura una serie de episodios desestabilizadores en la región: Ecuador, Bolivia, Paraguay y otros. Las elecciones recientes que con un insólito fraude da el triunfo al Presidente - Candidato Juan Orlando Hernández, muestran no sólo el nivel de impunidad que se vive, sino también los colmillos de un imperio que no quiere ceder más. La fragilidad democrática y la estructura de poder en la mira. 

Por Marcelo J. Levy 

Las multitudinarias marchas que invaden las calles de las principales ciudades de Honduras reclaman, además de un escrutinio limpio, terminar con las pruebas de laboratorio que impone Estados Unidos en el país, para la región. El golpe blando que se está perpetrando da cuenta de la continuidad de las políticas de ensayo y error.

Las elecciones han sido una verdadera muestra de ello. Estuvieron y están todavía viciadas de nulidad absoluta. La transparencia no es algo que entusiasme al gobierno del todavía presidente Juan Orlando Hernández, más bien la repudia. Esa tendencia a ocultar sus acciones lo llevó a aprobar, por ejemplo, La Ley para la Clasificación de Documentos Públicos Relacionados con la Seguridad y Defensa Nacional, más conocida como “Ley de Secretos Oficiales”, que evita que se puedan conocer ciertas gestiones públicas, no sólo del Ejecutivo, sino de los demás Poderes, incluidos expedientes judiciales.

Las sentencias que dictan sus tribunales, carecen de credibilidad, como es el caso de las que permiten al Presidente reelegirse, porque contrarían la prohibición de la reelección que expresamente consigna la Constitución. Un gobierno de esta naturaleza solo puede mantenerse en el poder a base de coerción y corrupción; y las acciones contra la corrupción que han sido tan publicitadas responden a una estrategia disuasiva frente a las denuncias que se le han realizado a una gran cantidad de funcionarios del actual gobierno que ocupan altos cargos.

En este contexto, el proceso electoral no podía escapar de este ambiente de sospechas. Más aún, después de informar que la tendencia irreversible favorecía al candidato opositor Salvador Nasralla. En ese momento del conteo de los votos, se produjo un prolongado silencio que utilizaron para generar confusión por medio de una presentación que hiciera en un programa de tv, un empresario - político afín al gobierno. Sostuvo que, no obstante lo informado por el Tribunal Supremo Electoral (TSE), ganaba el Presidente Hernández. Como si estuviera esperando ese programa, el TSE comenzó a difundir datos oficiales en la línea que indicó el empresario.  Una vez subsanados los “apagones” los guarismos muestran, extrañamente, una pequeña ventaja oficialista. El Ministerio Público allanó una oficina del partido gobernante sorprendiendo a sus ocupantes en la preparación de actas falsas. Lo insólito es que después de los desperfectos y los apagones subían los votos de Hernández en la candidatura presidencial, pero no así los de los alcaldes y diputados del oficialismo que se mantenían en sus porcentajes anteriores, lo  que evidencia aún más el robo y el nivel de impunidad e improvisación. Se suma a esto que los miembros del Tribunal son en su mayoría del partido gobernante.

Ahora bien, ¿por qué habría que tener expectativas de un escrutinio limpio en un país con el prontuario de Honduras? Es recurrente oír ahora que resuena la idea de fraude, las voces que nos remiten al 2009, cuando perpetraron el golpe de Estado contra Manuel Zelaya los mismos que hoy defienden el triunfo de Hernández, fiel heredero del golpe. Y es cierto, hay que remontarse al 2009 para comprender lo que está pasando ahora en Honduras; recordar la aclamación del golpista Roberto Micheletti en el Congreso de la República, que lo proclamaba héroe nacional. En realidad comenzaría en ese momento un nuevo cóctel golpista: oligarquía mediática, poder judicial y los legisladores. Esta trilogía supera en este siglo XXI a cualquier ejército de la región y José Manuel “Mel” Zelaya fue su primera víctima.

A partir de allí se recrudece la represión y la violencia hasta nuestros días: los campesinos del Bajo Aguán siendo masacrados para que se expandan los cultivos de la palma africana; los periodistas asesinados sin miramientos; los ambientalistas perseguidos y también asesinados para mantener el negocio de los sectores concentrados de poder tanto vernáculos y extranjeros. Decenas de miles de niños intentando huir de la violencia, del hambre, del desamparo. Berta Cáceres, cazada furtivamente en medio de la noche en su casa solitaria. Y su hija, asediada de la misma forma, amenazada de muerte hace tan solo dos o tres meses. Esto  también es ineludible si pensamos en el porqué del fraude. Mantener  privilegios, esa es la cuestión.

¿Cómo podría haber alguna expectativa, alguna esperanza en esas condiciones? Porque, además, ya lo hemos visto en toda la región: la democracia comienza a funcionar como significante vacío, como concepto que es útil para mantener el status quo. Latinoamérica toda está dando cuenta de ello en lo visto en Brasil y Argentina. Honduras tiene una importancia geoestratégica para el imperio. No son casuales las políticas tan fuertemente injerencistas. Posee en su territorio quizás la base militar, más grande y tecnológicamente mejor equipada. Palmerola, está a 86 km de Tegucigalpa y con sus más de 500 marines permanentes, fue central para perpetrar el golpe de estado a Zelaya de 2009. Además es vital para los intereses imperiales norteamericanos por su cercanía con el territorio venezolano, nicaragüense y cubano.

La oposición encarnada en las figuras de Nasralla y Zelaya  jamás reconocerá la legalidad y la legitimidad de este proceso electoral, viciado desde sus raíces. Este fraude sólo lo va a derrotar el pueblo hondureño con acciones serias y volcándose a las calles. Legitimar esta elección sentaría un precedente muy peligroso para los próximos procesos electorales en Latinoamérica. Por ello Honduras, una vez más, es un conejillo de indias.

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