CRECIMIENTO DE LA AUTONOMÍA INDÍGENA EN MÉXICO
Los
zapatistas han reivindicado a la subversión como una forma de estar en contra y
al margen del sistema, de la hidra capitalista, como le dicen. Al margen, pero
no marginados. Al contrario, son protagonistas centrales de la política
mexicana, y han obligado al Estado a aceptarlos y reconocerlos: la autonomía de
los caracoles implica la existencia real, concreta y tangible de un mundo
dentro del Estado. El otro mundo posible se vuelve realidad con este mundo en
el que caben los otros, las diversidades, los inconformes.
No están mudos, nunca han
partido nuestros muertos,
porque se les oye en la leña que
arde,
en el sollozo del humo, en los
labios de la llaga.
Hombro con hombro vivos y
muertos vamos,
porque todos venimos del goteo
de un árbol...
Como no dirás... Como no
diremos.
(Poema Juan Bañuelos tras la
masacre de Acteal).
Dos kilómetros antes de la entrada al caracol de
Oventik esta paradoja se manifiesta en toda su desnudez. A partir de ese punto,
el pasamontañas negro y el paliacate rojo pasan a ser el símbolo de identidad
relevante de las comunidades. Quienes controlan el tránsito, organizan el
evento, venden en la cafetería, atienden en el centro médico, las que ejercen
el cuidado de la vida y los que asumen la seguridad los portan.
Todo está listo para recibir a María de Jesús
Patricio Martínez, Marichuy, la candidata a la presidencia de la República por
el Congreso Nacional Indígena. No la candidata… la vocera: una voz que habla
por las 43 voces de los pueblos. Porque desde la lógica de una democracia alternativa,
los pueblos deben tener únicamente quien transmita las decisiones colectivas,
encarnando el célebre mandar obedeciendo. No necesitan quien los represente,
porque en la plaza de Oventik están todos. Como dijo una de las oradoras, “hay
que construir la telaraña desde abajo”.
Niños, niñas, jóvenes, viejos, indígenas, mestizos,
la banda de música, las artistas… con pasamontañas. Es la provocación desde el
anonimato, y también la realización desde la igualdad. “Ya no serás tú; ahora
eres nosotros”, clama la consigna en uno de los murales que adornan las paredes
del centro poblado. Es la semejanza la que les permite sumergirse en la
colectividad.
La calle de honor que se ha improvisado para
recibir a la vocera pone la carne de gallina. A cada lado del amplio acceso a
la plaza, un sólido bloque de militantes firmes, disciplinados, nos miran con
una mirada indescifrable. ¿Estarán impávidos, estarán riéndose en el poder de
sus miradas? La mayoría son mujeres, muchas con vestimenta indígena. Todas
portan pasamontañas. Son trecientos metros de una pared de mirillas elípticas,
de ojos oscuros y penetrantes. Sobrecogen. Ya lo percibió Antonio Machado hace
mucho tiempo: el ojo que tú ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque él
te ve.
¿Qué significan miles de campesinos y pobladores
ocultando su rostro en un territorio donde la ausencia obligada del Estado
nacional es una realidad? En Oventik no hay policía, ni Ministerio de Salud, ni
Ministerio de Educación, ni función judicial. ¿Qué significa que una de las
oradoras intervenga abiertamente a nombre del Comité Clandestino Revolucionario
Indígena? Por mucho menos, en el Ecuador ya habría ingresado por la fuerza el
Ejército, con la sagrada misión de preservar la integridad del territorio
nacional y salvaguardar los intereses superiores del Estado. Pero aquí se
subvierte el orden a plena luz del día, frente a decenas de cámaras y
periodistas que vienen a registrar y cubrir el acontecimiento. Sí, porque es un
acontecimiento, un quiebre ideológico, cultural y simbólico del anquilosado
poder político mexicano.
La
feminización del proceso
Vocera… oradoras. No es un lapsus. Las mujeres
copan absolutamente todos los espacios relevantes del evento. Están en la mesa
directiva, integran los grupos de teatro, realizan las coreografías, declaman.
Recalcan una y otra vez en un discurso contra el patriarcado, el machismo y el
capitalismo. Podría pensarse en una conexión con alguna forma de matriarcado
precolombino. Nada de eso: el zapatismo lleva años peleando por contrarrestar
la vieja y enraizada masculinización de la política.
Ningún hombre intervino en un evento en el que se
tejen solidaridades de varias luchas: una madre de los 43 de Ayotzinapa, la
joven tzotzil sobreviviente de la masacre de Acteal, la consejera indígena de
gobierno, la vocera nacional, las comandantas del zapatismo. Ellas, y los 163
concejales del Congreso Nacional Indígena, recorrerán el país en cuatro a cinco
buses para enfrentar con valentía el dolor intenso de tener desaparecidos,
asesinado. Vivos y muertos caminarán hombro a hombro, enfrentarán el sabotaje
electoral y seguirán construyendo desde abajo.
Y hubo de todo. Una declamadora compartió un poema
que pondría los pelos de punta a la feminista más flexible: alabó a la madre
pura de izquierda y recriminó a la pura madre de derecha. ¡Bien a lo mexicano,
cuate! O Los Originales de San Andrés, el excelente grupo de corridos
zapatistas que interviene al final, con pasamontañas y guitarra eléctrica. y
que no puede escapar de la maldición panfletaria de la izquierda. Solo les
falta componer un corrido a la lucha de clases y al origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado. Igual les compramos un CD.
El zapatismo y este otro mundo se construyen desde
lo simbólico, desde el arte, desde el lenguaje y desde la inclusión; desde la
magia de combinar danzas tradicionales indígenas con skarevolucionario,
para terminar con el trillado ¡Venceremos! en menos de tres minutos; desde el
discurso de Marichuy exigiendo la necesaria inclusión de los homosexuales en un
proyecto común.
De
terremotos
El evento es largo, pero no se lo siente
interminable. ¿Por pura novedad o porque una fuerza colectiva tan intensa
contagia? Luego de ocho horas ininterrumpidas, todavía tenemos fuerzas para
quedarnos al corrillo que se arma frente a la puerta de un patio. “Están
esperando a que salga el subcomandante Galeano (ex Marcos)”, nos dice un
militante con la más absoluta parsimonia. Ni modo, toca quedarse.
Quien sale es Marichuy, acompañada por los miembros
del Consejo de Gobierno Indígena. Estuvieron planificando la campaña. ¡Desde
Ecuador te apoyamos, Marichuy!, hubo que gritarle en medio del gentío, como
para exorcizar nuestra arraigada fobia al anonimato nacional. Se volvió a
agradecernos con la mirada y continuó su peregrinaje hacia la nueva utopía
indígena.
Nadie podría imaginar que hace un mes hubo un gran
terremoto en la región. Ni siquiera en San Cristóbal de Las Casas, donde lo
único afectado son algunas iglesias y escuelas. La que más ha padecido es la
catedral, donde reposan los restos del obispo Samuel Ruiz, a quien alguna vez
le endosaron la función de ideólogo del zapatismo. Fuimos a dejarle unas
flores, pero no se puede entrar. Le encargamos al actual obispo que le pusiera
una orquídea en medio de los escombros.
El verdadero terremoto ocurre a lo lejos, en las
montañas zapatistas. Chiapas provee la mitad de la energía eléctrica de todo
México. Aquí se encuentran las mayores represas del país y la electricidad es
la más cara del país. Y los pueblos indígenas están imponiendo la autonomía
para sus territorios. Muchos deben estar asustados.
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