DESAPARICIÓN DE LOS PARTIDOS TRADICIONALES,
GOBIERNO RECARGADO Y EL PELIGRO DE PROTESTAR
¿Qué relación hay
entre el resultado de las elecciones, la crisis de los grandes partidos y la
muerte de Santiago Maldonado? Hay nuevos electores y nuevos partidos políticos.
Hay también una nueva sociedad atravesada por el individualismo pragmático y
consumista. Los proyectos sociales devinieron en proyectos personales. El otro
distinto siempre es peligroso. Mientras tanto la Sociedad Rural & Co. festeja
el triunfo del gobierno y Macri sueña con su reelección. Es lo que hay.
Por Marcelo
R. Pereyra
ESTE ES MI
PRAGMATISMO, Y SI NO LE GUSTA TENGO OTRO
Los resultados de las elecciones del 22 de
octubre pasado ratifican el cambio sociopolítico que se viene dando en el
electorado desde hace unos años: el voto principista ha dejado lugar al voto
pragmático. No es que haya llegado el fin de la historia, ni el de la
ideología, ni mucho menos. Lo que ha llegado es el fin del debate sobre la
ideología o la historia. Tenemos ahora un votante contingente, es decir, un
votante que en buena medida vota según las circunstancias reinantes en el
momento de la votación, y por lo tanto no tiene prurito en votar Pedro aunque
en las elecciones pasadas haya votado a Juan. Porque ya no vota de acuerdo con
sus principios sino con sus experiencias concretas y expectativas.
Un primer antecedente de este fenómeno se registró
en 1995, cuando se planteó la reelección del entonces presidente Carlos Menem.
Su primer gobierno había cosechado muchas críticas, sobre todo por los delitos
de corrupción, sin embargo había logrado estabilizar la desbocada inflación
dejada por Raúl Alfonsín. Por ello muchas personas se habían volcado a comprar
electrodomésticos en cuotas. Entonces y pese a todas las críticas, ganó Menem
con lo que se llamó el “voto cuota”.
En este camino del pragmatismo estallaron los
grandes partidos tradicionales. Primero fue la Unión Cívica Radical, que en 1999
tuvo que buscar aliados en una peculiar “centroizquierda” para poder ganar las
elecciones. Luego de los dos años fatídicos de Fernando De la Rúa el
radicalismo se fue a la banquina y nunca pudo salir de ahí. Ahora es un aliado
menor del oficialismo. El partido combativo creado para enfrentar a los
gobiernos oligárquicos de fines del
siglo 19 y principios del 20, el partido de Alem y de Yrigoyen, hoy es un deslucido
partiducho que va a la cola de la
fracción más liberal de la burguesía.
El peronismo va por el mismo camino. Lo comenzó
con el desastre neoliberal de Menem y lo continuó con el kirchnerismo, una
fracción que parecía ofrecer una reivindicación de los principios de Perón y de
los DDHH y que terminó convirtiéndose en una pandilla de coimeros. El peronismo
residual ya no usa sus símbolos tradicionales, ni canta su marcha. Ni siquiera
menciona a Perón y su doctrina. Su debacle llevará algo más de tiempo porque a
diferencia del radicalismo todavía tiene la figura convocante de Cristina
Fernández, pero llegará inevitablemente a menos que recupere –aunque sea en el
discurso- sus principios de ayer.
El único elector que vota por principios es el
de la izquierda, por eso –para mal o para bien- este sector político es
tradicionalmente minoritario pero ideológicamente coherente. Sus diagnósticos
de situación y sus luchas son las correctas. Siempre está donde tiene que
estar, defendiendo a quien hay que defender. Su gran problema es trasladar sus
ideas a un discurso que abandone el sectarismo, la barricada y el consignismo.
Es decir, a la izquierda le está faltando inteligencia para mostrarse y
explicarse, y, a la vez, le falta vocación de grandeza, animarse a ser muchos y
abandonar lo meramente testimonial.
MÁS DE LO MISMO
Revalidado y vigorizado por su triunfo
electoral, el gobierno decidió llamar a conformar “consensos básicos” para
efectuar reformas en el ámbito tributario, previsional, tarifario, etc. Los
gobiernos suelen ser afectos a convocar a distintos sectores de la vida
económica y gremial a “grandes acuerdos” en pos de lograr determinados objetivos
que serían beneficiosos para el país todo. Recuérdese por ejemplo el “Gran
Acuerdo Nacional” convocado por el dictador Alejandro Lanusse en 1972. A los
gobernantes les gusta situarse en un lugar que parece estar por encima de todo
y de todos: siempre debe entenderse que ellos –en su nobleza y magnanimidad-
sólo buscan el bien común. Ahora bien, la realidad es otra. Despejando todo el
palabrerío hueco, lo que queda de esas propuestas gubernamentales puede
traducirse así: “Yo –el Gobierno- quiero tomar determinadas medidas que van a
beneficiar a tal o a cual (no a todos, aunque tiene que parecer que es a
todos), pero como no tengo poder suficiente para ello necesito que me den su
colaboración. La colaboración consiste en que acepten mi diagnóstico de la situación
y hagan lo que les digo y –sobre todo- no protesten ni se rebelen”.
En esta oportunidad el presidente Macri ha
repetido este esquema, que no es otra cosa que profundizar un plan económico
que beneficia a pocos y perjudica a muchos. Es decir, más de la misma amarga
medicina que lxs argentinxs venimos tomando desde siempre. Porque todos los
planes, medidas y leyes que se adoptan dentro de un sistema capitalista sólo
benefician a los capitalistas. Es así de simple. Dentro de cada clase social
hay distintas fracciones, y la clase burguesa no es la excepción. Dentro de
ella hay enfrentamientos permanentes para ver quién se lleva el pedazo más
grande de la torta, y como los gobiernos suelen tener alianzas con los
montescos o con los capuletos, hoy con un determinado gobierno se favorecen los
importadores y mañana con otro los exportadores; hoy se beneficia el campo y
mañana los industriales; hoy el sector productivo y mañana el financiero…. Así
ha sido históricamente.
De manera que ahora estamos asistiendo a un
renovado esfuerzo de los sectores aliados con el macrismo –la Sociedad Rural
entre ellos- por apropiarse de la plusvalía que se obtiene con el deslome de
los trabajadores, que nunca se benefician de “consensos”, “reformas” y cosa por
el estilo. Para la clase obrera sólo hay –en el mejor de los casos- paliativos
como las cajas PAN de Alfonsín, los Planes Trabajar de Duhalde o la Asignación Universal
de los Kirchner. Es cierto que aún no se conocen los detalles de las
“reformas”, pero nada bueno para los trabajadores saldrá de ellas.
LA LETRA CON SANGRE
ENTRA
Santiago Pampillón, Teresa Rodríguez, Víctor
Choque y Carlos Fuentealba son algunas de las víctimas más conocidas de la
represión en la Argentina, un país en el que las fuerzas policiales y de seguridad
siempre han estado al servicio de las clases dominantes para reprimir la
protesta social, como sucedió en la Semana Trágica de 1919, en la Patagonia
Trágica de 1921, en el Cordobazo de 1969, en el movimiento piquetero de los ’90
y en muchas otras protestas, tanto en dictaduras militares como en gobiernos
democráticos de distinto origen. Todos tienen muertos en su haber. Ahora Macri
también tiene el suyo: Santiago Maldonado. Aunque las circunstancias de su
muerte no están todavía debidamente aclaradas, es indudable que Maldonado murió
por haber sido reprimido, porque nadie en su sano juicio no sabiendo nadar se
va a tirar a un río de aguas muy frías. Y lo peor es que fue reprimido con
saña, porque la orden que tenían los gendarmes aquel primero de agosto era
despejar la ruta y no hostigar a los protestantes. ¿Por qué los persiguieron
hasta el río? Para atraparlos y escarmentarlos a golpes. Para que aprendieran
la lección de no molestar a los señores feudales de la Patagonia, como
Benetton.
TODO TIENE QUE VER CON
TODO
El cadáver de Maldonado fue encontrado una
semana antes de las elecciones. En el gobierno hubo inquietud, no por la
responsabilidad de la Gendarmería ni tampoco por la sugestiva presencia en el
lugar del hecho de un alto funcionario del ministerio de Seguridad, sino por
cómo podía afectar el resultado electoral. Pues bien, no lo afectó en nada. Y
está muy claro el porqué: al nuevo votante, el votante pragmático, el votante
que ya no se identifica con un partido político tradicional, la muerte de un hippie
que andaba con indios salvajes le importó bien poco. El reclamo por su muerte
fue ampliamente minoritario y lo encabezaron la izquierda y algún sector
oportunista del kirchnerismo.
El ciudadano “común” tiene otros problemas
mucho más importantes de los que ocuparse.
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