9 de julio de 2017

Lágrimas negras



RIACHUELO, HOY IGUAL QUE AYER 

A 9 años del Fallo Mendoza, el Riachuelo espera. Contaminado. Enfermo. Como los niños de Villa Inflamable. Amenazado de muerte. Tanto como los millones de habitantes de la cuenca Matanza-Riachuelo. Lágrimas negras de petróleo y de vergüenza producto de la desidia y la indiferencia. ¿Qué debe pasar en nuestro país para que realmente el Riachuelo sea de una buena vez por todas “saneado”? ¿Qué debe pasar para que los ciudadanos y ciudadanas nos indignemos ante la contaminación? 

Por Anabel Pomar 

Una crónica de más de 200 años de permanente maltrato ambiental han naturalizado la falta de reacción al ecocidio. Usar el Riachuelo como basurero y cloaca es algo que nació con la república. Toda una triste tradición argentina, ya que pese a la gran cantidad de anuncios de limpiarlo, algunas genuinas intenciones de hacerlo pero más de las otras, el Riachuelo continúa con sus aguas llena de metales pesados, mierda y una historia a cuestas tan oscura como los barros de su cauce. Sin embargo y pese a ser uno de los “ríos” más contaminados del mundo es un tema fuera de la agenda periodística, salvo efemérides y excepciones que las hay, pero sobretodo fuera y distante de la indignación colectiva por su estado. La palabra, que arriesgo, mayormente es asociada a la del Riachuelo es contaminación y, sin embargo, es un no tema. ¿Qué más debe pasar entonces para que cambié esta situación? Para que nos importe. Millones de personas en permanente riesgo ambiental. Estudios oficiales que certifican que los niños de Villa Inflamable, Dock Sud, Avellaneda, tienen plomo en sangre hoy en los mismos porcentajes que mostraban los estudios de hace más de 14 años. Esos mismos estudios que sirvieron de pista o línea de base para que Beatriz Mendoza, asistente social que trabajaba en una salita en el barrio, lindero al Polo Petroquímico, junto a otros vecinos y vecinas enfermas, demandaran al estado y pidieran a la justicia investigará qué y quien los estaba enfermando.

Producto de esa causa iniciada en 2004 contra el estado y 44 empresas, un día como hoy pero hace 9 años la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en un fallo ambiental histórico, ordenaba a los 3 poderes jurisdiccionales que comparten la cuenca, Nación, Provincia y Ciudad de Buenos Aires, a la mejora de la calidad de vida de los habitantes, la recomposición del ambiente en todos sus componente (agua, aire, suelo), y la prevención de daños con suficiente y razonable grado de predicción. Pero los vecinos y vecinas aún no tienen su respuesta. No saben quién los contamina ni quien los enferma. El estado de desconocimiento sobre la realidad de la cuenca es alarmante. Lo dicen la propia Corte, quien retó al gobierno por el incumplimiento, y los numerosos informes y reclamos del Cuerpo Colegiado que vela para que el fallo sea ejecutado. El mandato, es decir la justicia, no llegó y así dadas las cosas, no llegará. Como argumento de esta última afirmación y a modo de ejemplo puede mencionarse el último cambio en la normativa del uso de agua y de los parámetros para contaminantes en efluentes líquidos que resultan en un “como sí controlaremos” para que nada cambie o incluso habilita para que se siga tirando de todo al “río”. O los plazos vencidos en 2013 para la obligación de relocalizar a las personas en riesgo. Podrían escribirse meses con los bastos ejemplos documentados que gritan estamos en deuda con el Riachuelo, con el fallo y sobretodo con las personas que allí viven.

Nos tapó el agua. Los que más lo saben, ellos, porque lo sufren en carne propia. Los habitantes que viven en el Polo, los más castigados. Son los que sufren la mayor cantidad de enfermedades en comparación con el resto de la población de Avellaneda. Recordemos que el Polo Petroquímico Dock Sud, en la desembocadura del Riachuelo, se ubica a solo 5 minutos de la Casa Rosada, y está rodeado por la urbanización. Y que aún hoy, en 2017, no se conoce tenga un plan de emergencias para evacuar a la población en caso de accidentes, algo reclamado innumerablemente por vecinos y organizaciones ambientales y sociales pero que sigue sin aparecer. Lo que se dice una bomba de tiempo. Pero tampoco indigna ni conmueve. En marzo y diciembre de 2003 se realizaron estudios de salud que demostraron que los niños de la Villa Inflamable, pegada a la Shell, tenían plomo en sangre. Resultados de estudios médicos en el marco del trabajo de un estudio que la Agencia de Cooperación Japonesa (JICA) detectaron que 57 de los 144 chicos que vivían en Villa Inflamable tenían altos niveles de plomo en sangre. La misma sustancia se encontró en muestras tomadas en el suelo de varias de las viviendas. Las pruebas que se hicieron en el aire tampoco dieron demasiado bien: detectaron 15 gases de hidrocarburos. Los niños de corta edad son especialmente vulnerables a los efectos tóxicos del plomo, que puede tener consecuencias graves y permanentes en su salud, afectando en particular al desarrollo del cerebro y del sistema nervioso. El plomo también causa daños duraderos en los adultos, por ejemplo aumentando el riesgo de hipertensión arterial y de lesiones renales. En las embarazadas, la exposición a concentraciones elevadas de plomo puede ser causa de aborto natural, muerte fetal, parto prematuro y bajo peso al nacer, y provocar malformaciones leves en el feto.

A una década de estos estudios, en 2012 se realizaron nuevos estudios, los últimos oficiales disponibles. Los niños de 6 años en ese momento, los hijos del fallo, tienen el mismo veneno que antes del mismo. El plomo sigue apareciendo en sangre. Todos saben que están enfermos pero nadie dice quien los enferma. De un total de 509 nenes menores de 6 años estudiados, 237 tienen plomo (143 entre 5 y 9,9) y 94 más o igual a 10 ug/dl. En el estudio se analizaron 134 familiares de esos niños y se los encontró con valores superiores (o sea más de 5). Se habla de muestras de orina con análisis de cromo, mercurio, tolueno y benceno en casi 160 niños de entre 3 y 5. En ese estudio se consigna textual “En Villa Inflamable la problemática de la contaminación es un tema de mucha presencia y preocupación. Desde la perspectiva de la población de Villa Inflamable, se podría decir que la salud queda vinculada al problema de la contaminación así como la contaminación queda ligada a la existencia de plomo en sangre. Y completa las razones por las que entendemos aún seguiremos sin ver resultados de mejoría: “Lo cierto es que más allá de determinar los vínculos entre las enfermedades y la contaminación, queda claro que la información existente hasta ahora es poco clara e insuficiente para conocer los cuidados y modos de prevención necesarios”.

El Acumar el organismo encargado por el fallo de gestionar su cumplimiento admite le faltan estudios para hacerlo. Entonces, ¿qué podemos esperar? ¿Que los hagan las empresas? ¿Los propios vecinos? Pese a las ideas y vueltas, a las asignaciones presupuestarias de los distintos gobiernos y los préstamos internacionales, a los incumplimientos señalados por la propia corte, si hay algo que queda claro del seguimiento de su trabajo que identificar problemas de salud es una cosa pero identificar quienes contaminan a las personas es algo muy distinto. Sobre todo en el docke. Si solo con observar la delimitación geográfica de la cuenca, el propio organismo lo deja en claro. En los mapas del Acumar puede perfectamente verse que la misma se divide en 3. Alta, media y baja. Pero la desembocadura queda fuera. El Polo no está ni en el mapa. El complejo portuario, petrolero y quimiquero es en la multiplicidad de actores de control más intrincado que el resto de la cuenca y tiene “sus propios planes”. Porque una cosa es hablar del “río” y otra muy diferente es meterse con los humos del petróleo.

Recuerdo una entrevista con un ex funcionario de Energía, a propósito de la contaminación ambiental en el Polo y las emisiones. A mí me preocupaba la seguridad del lugar, la falta de controles y un nuevo “escape” por esos días, que motivo la parada de planta de la Shell y puso a toda la zona nuevamente al borde de la tragedia latente en el conglomerado de quimiqueras y petroleras en el ícono de la contaminación en el Riachuelo. El entrevistado, tras asegurar que una refinería era más segura que un cine, me repreguntó visiblemente indignado ante mi punto de vista: ¿Usted está planteando cerrar la Refinería porque contamina a los vecinos? ¿Usted está loca? No podemos cerrar. Es más, necesitamos más refinerías, no menos. Y agregó una frase que lo ubica solo en su biblioteca de creencias y valores: “A ver si le pone usted una velita a su auto y logra que le arranqué”. Inútil era hablarle de que otro modelo de energía no contaminante es no solo posible sino urgente o contarle que en ciudades, por citar solo un ejemplo, como el DF, una Refinería con 65 años de funcionamiento, la 18 de marzo, había sido removida en 1991 tras los accidentes y derrames que evidenciaban la incompatibilidad de este tipo de instalaciones en zonas densamente pobladas y hoy allí hay un parque pulmón verde.

Cuando me encuentro con estos interlocutores anclados en la obsoleta matriz energética basada en fósiles contaminantes, me pasa lo mismo que al leer algún artículo en el que se afirma "las guerras futuras serán por el agua", me es inevitable entristecerme y volver a poner los ojos en el Riachuelo. Ya está pasando, no debemos esperar ninguna profecía. La guerra contra nuestros recursos de agua potable comenzó hace rato. Y venimos perdiendo por goleada. Y otra vez me vuelve a la cabeza esa misma pregunta... ¿Qué debe pasar para que nos importe lo que pasa? ¿Por qué no indigna la contaminación? ¿Cómo se hace para cambiar la situación? ¿Cómo se hace para creer que es posible? Le pregunté lo mismo a Beatriz Mendoza cuando empecé a escribir este artículo, cómo se hace parar creer y me contestó: “Yo ya no creo”. No puedo juzgarla. ¿Quién podría? Solo me gustaría saber cómo se hace para lograr que el tema sea prioritario. Que sanear nuestro Riachuelo sea una causa nacional. Un imperativo. No un sueño. Una realidad. Debemos encontrar el modo de que los hijos del fallo no estén tan llenos de plomo como los que lo iniciaron. Beatriz está enferma aún hoy. Los hidrocarburos que tiene en sangre no se irán nunca de su cuerpo. Ella le puso sin quererlo y por contaminada su propio nombre al fallo ambiental del Riachuelo. Debemos lograr que recupere la esperanza. Poder mirarla y decirle cuál es la empresa que la enfermó y asegurarle que ya no sigue enfermando. Se lo debemos a ella y a los miles y miles de niños afectados. Nos lo debemos a nosotros para poder dejar de llorar lágrimas negras y volver a abrazar la vida.

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