7 de octubre de 2016

Otra vez, de nuevo, de vuelta

EL DELITO Y LA POBREZA IRRUMPEN NUEVAMENTE EN LAS AGENDAS POLÍTICAS Y MEDIÁTICAS
En las últimas semanas, el delito y la pobreza han vuelto a ocupar lugares centrales en el debate público. El primero, como es habitual, porque se sucedieron en un corto lapso varios hechos delictivos. La segunda, porque, por primera vez en muchos años, se difundieron dramáticas estadísticas. Son dos problemáticas muy relacionadas porque son la expresión y la consecuencia de un sistema de explotación de los que menos tienen. El delito no es una cuestión de falta de control y castigos débiles, sino la consecuencia de profundas desigualdades. Mientras que la pobreza es inherente al sistema, porque el sistema necesita pobres para funcionar.
Por Marcelo R. Pereyra

LO QUE HAY QUE DECIR
La pobreza y el delito no son problemáticas novedosas ni tienen períodos de agudización. Por el contrario, son históricamente crónicas. Han estado desde siempre ahí, en la estructura de la sociedad. No son un exabrupto, no son un tumor extirpable, son un constituyente regular. Claro que hay sociedades y sociedades. Hay algunas de ellas que son más desarrolladas,  justas e igualitarias. En esas el delito tiene menor magnitud, al punto que han llegado a tener que cerrar cárceles  (Ver por ejemplo “Holanda alquila sus cárceles a otros países ante la escasez de reclusos”, en http://www.elconfidencial.com/mundo/2016-03-15/holanda-alquila-sus-carceles-a-otros-paises-ante-la-escasez-de-reclusos_1169051/). América Latina es todo lo contrario, pero particularmente desde mediados de los años 70, cuando estalló en toda la región una crisis económica sin precedentes. El ocaso del modelo neo keynesiano, precipitado por la crisis del petróleo, y un crecimiento constante de la deuda externa en todo el subcontinente crearon las condiciones necesarias para la instalación del Nuevo Orden neoliberal. Así, desde que en 1980 los EE.UU. decidieron aumentar las tasas de interés y el valor del dólar, se encareció el crédito y la deuda externa adquirió dimensiones desmesuradas. Para la renegociación de la deuda los organismos financieros internacionales impusieron recetas monetaristas y planes de "ajuste". De esta manera los latinoamericanos terminaron pagando la deuda con más endeudamiento. Como consecuencia de estas políticas se agudizaron  situaciones que ya existían: desigualdad en la distribución del ingreso, desempleo, marginalidad, y, sobre todo, pobreza.
En la Argentina la pobreza adquirió, como no había sucedido en el pasado, una dimensión pública en tanto que fue -y es- objeto de acciones y reacciones, proyectos y discursos, políticas y ocultamientos. En la ciudad de Buenos Aires el aumento dramático de la pobreza comenzó a hacerse más evidente a principios de los 90, cuando cada vez más  pobres comenzaron a recorrer las zonas céntricas en procura de algún sustento. Desde entonces  los recolectores informales de residuos -"cartoneros"-, los "sin techo" que habitan precarias viviendas bajo un árbol frondoso en una plaza céntrica,  los jóvenes que limpian los vidrios de los autos en los semáforos,  los niños que mendigan, y los hambrientos que revuelven los restos de comida de los restaurantes son algo habitual. Frente a esta nueva dimensión de la pobreza  la política y la sociedad solo reaccionan cada vez que se hace público algún informe proveniente del gobierno o de alguna institución privada con alarmantes cifras de pobreza e indigencia, de desnutrición infantil o de mortalidad neonatal. Los medios se suman a la confusión general construyendo una información sobre esas estadísticas que carece de la necesaria contextualización: las cifras parecen salidas de la nada. En los años más recientes el kircherismo solucionó de un plumazo este problema: directamente dejó elaborar estadísticas sobre la pobreza (Ver “Oficial: el INDEC dejó de medir la pobreza”; Clarín, 6-10-2015). Y si las elaboraba no las hacía públicas.
Otras veces  la pobreza es construida en los medios desde formas narrativas y  retóricas sensacionalistas, a partir de dramas individuales en los que lo más importante es mostrar cuánto sufren los pobres, qué desamparados están y qué buenos que son los que aguantan todo esto sin salir a la calle a protestar. Algunos periodistas y economistas los describen  como sujetos anómalos que no han sabido, o querido, aprovechar las “oportunidades” que el modelo pone a su disposición. Es decir que explican la pobreza por la idiosincrasia de los pobres. Así, un problema social se reduce a uno individual.

EL DELITO ES DE NOSOTROS, LA POBREZA ES AJENA
Vastos sectores de  las clases medias y altas consumen vorazmente noticias sobre el delito y sobre las medidas que adoptan los gobiernos al respecto.  Y las comentan todo el tiempo, mitad alarmados, mitad indignados. Ya se ha convertido en un tema de conversación tan popular y cotidiano como el fútbol o los chimentos sobre la farándula. Esta última a veces se cruza con el delito cuando una celebrity es asaltada o cuando formula drásticas expresiones del tipo “el que mata tiene que matar”. Es decir que, pese a su gravedad, el tema, en algún punto, se ha banalizado.
En cambio para estos sectores la pobreza es un problema de otros. Esos otros cuya presencia en las calles mendigando, viviendo o revolviendo contenedores genera la incomodidad de la culpa. En efecto, en nuestra sociedad de “ganadores”, individualista e insolidaria, los pobres parecen producir más disgusto que conmiseración,  más rechazo que vergüenza y más alarma que pena. La alarma proviene de la asociación ilícita del delito con la pobreza,  un fenómeno que ha sido observado en otros países latinoamericanos. En la sensación de amenaza que los que tienen menos les generan a los que tienen más,  la acción de los medios es fundamental, porque en sus secciones policiales los pobres son los victimarios por excelencia. En efecto, el hábitat de la pobreza suele ser presentado como el del delito. Los barrios del sur de la ciudad de Buenos Aires y el conurbano bonaerense son los escenarios del crimen más jerarquizados en las noticias. Se publican estadísticas, mapas e infografías que señalan cuáles son  las zonas donde se denuncian y/o cometen más delitos (y que por lo tanto resultarían las más peligrosas). En el caso particular de la zona norte del Gran Buenos Aires, los informes publicados  subrayan el riesgo que representa el hecho de que los countries y barrios cerrados tengan en sus cercanías barrios pobres, dándose a entender así que hay riesgo de delito porque hay pobres, y sobre todo porque los pobres viven cerca de los ricos.
Y AHORA, ¿QUÉ HACEMOS?
Argentina, como todos los otros países del sistema capitalista, ha sido y es gobernada por distintas facciones de la clases dominantes. Nunca el país ha sido gobernado realmente por el pueblo. En todo caso fue conducido  por quienes dijeron representarlo, aunque en los hechos gobernaron para conservar y/o profundizar unas relaciones sociales de producción injustas y desiguales. Y esto corre para los dos líderes más populares que ha tenido el país, Irigoyen y Perón, y para sus émulos, como Alfonsín y los Kirchner, por ejemplo.
Los gobiernos burgueses no pueden hacer mucho por el delito y la pobreza, porque, en definitiva, ellos mismos son responsables directos de ambas problemáticas si no hacen nada por superar las desigualdades sociales que están en la base de las dos. Por eso, cuando delito y pobreza irrumpen en la escena pública, solo atinan a emparchar. Es lo máximo que pueden hacer. Entonces, para combatir el delito solo piensan en aumentar los policías y las cámaras de vigilancia, o en elevar las penas, o en trasladar gendarmes de aquí para allá. Innumerables “planes” para “combatir la inseguridad” han sido presentados en los últimos años. Todos fracasaron. Arslanian, Rico, Béliz, Stornelli: no importa el apellido, todos los responsables de la seguridad, también fracasaron, y los que vengan también fracasarán. Sólo tratan de salir del paso, hacer como que hacen algo,  y aguantar hasta donde puedan.
Con la pobreza pasa lo mismo. Cuando las cifras ya son escandalosas se acude al asistencialismo: pueden ser las cajas PAN de Alfonsín o los planes sociales de Duhalde. El asistencialismo además tiene la ventaja de contribuir a los triunfos electorales, como bien lo ha comprobado el kirchnerismo. Luego puede haber algunas ayudas circunstanciales –como el ridículo bono que se está discutiendo ahora-, o subsidios para  los servicios públicos y el transporte. Pero a la larga todo ello se agota y hay que “sincerar” la economía. Y no hay mucho más que eso.
Delito y pobreza no son lo mismo. No todos los que delinquen son pobres, y tampoco todos los pobres delinquen. Pero sí existe una relación directa entre los delitos contra la propiedad –robos y hurtos- y el grado de desigualdad social y económica que existe en una sociedad. Por eso delito y pobreza ponen en cuestión al modelo de dominación vigente. Son la consecuencia y la cara más visible del neoliberalismo. Una cara que se intenta ocultar porque desnuda su esencia; son una imagen otra, no querida, del ideal social.


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