7 de octubre de 2016

El tiro del final

DURO REVÉS AL PROCESO DE PAZ EN COLOMBIA

Más de tres años de diálogos entre el Gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), un documento minucioso y extensísimo de casi 300 páginas y la esperanza de terminar con un conflicto que lleva más de medio siglo, se esfuma por un acto plebiscitario aparateado por los sectores más rancios de la derecha colombiana y los grupos trasnacionales de poder con base en Estados Unidos que necesitan de la guerra para mantener, a partir del miedo, la continuidad del negocio.                                                                                                                           
Por Marcelo J. Levy

No alcanzaron ni las 260.000 víctimas ni los casi 7 millones de desplazados. No bastó tampoco el apoyo internacional nunca antes visto en un conflicto. Los 15 jefes de Estado y del secretario general de las Naciones Unidas abalando y apoyando la paz. Hasta el Papa se manifestó dolido por el resultado del plebiscito y los suecos le otorgaron el Nobel de la Paz al presidente Juan Manuel  Santos. El odio, la manipulación mediática y los intereses corporativos fueron los vencedores otra vez en esta Latinoamérica cambiante.
A diferencia de lo que muchos piensan, las preocupaciones Álvaro Uribe, principal impulsor del NO  a la paz no son el punto sobre la tierra (Desarrollo Agrario Integral); ni el punto sobre desmovilización y zonas de concentración (Fin del Conflicto); ni la sustitución de cultivos (Drogas Ilícitas); y menos aún el plebiscito (Verificación y Refrendación). El verdadero problema para Uribe  y sus lacayos, se centra en la participación política (con frases  machacadas por CNN, cadena Caracol y otras como “pronto Timochenko será presidente de Colombia”) y sobre todo en la cuestión de las víctimas. Lo que Uribe llama “impunidad” es decir, la falsa creencia de que los miembros de las FARC no tendrán un proceso de enjuiciamiento, se basa en la posibilidad concreta y real de que también serán procesados los militares condenados por crímenes conexos al conflicto y, a partir de ahí, cabe la posibilidad de que se llame a juicio también a los civiles implicados por los militares. Este es el quid del asunto, y ahí están los verdaderos motivos del NO.
Hoy en día hay en Colombia unos dos mil militares presos. La mayoría de ellos están en la cárcel por condenas que tienen que ver con el conflicto armado, directa o indirectamente: las recompensas gigantescas que provocaron los falsos positivos (asesinato de civiles inocentes por militares, haciéndolos pasar como guerrilleros muertos en combate) se originaron en el afán de mostrar resultados contra las FARC.
Las alianzas con los grupos paramilitares tienen el mismo origen. Basta que una fracción de estos militares condenados (generales, coroneles, suboficiales, soldados profesionales) quieran contar toda la verdad para que se destape un olla que complicaría mucho a militares en ejercicio o con onerosas jubilaciones. Y no sólo eso: todas las empresas y civiles que los asesoraron y apoyaron económicamente podrian finalmente salir a la luz.

El acuerdo preveía el ingreso de las FARC en la política de forma legal. Sus 5.765 combatientes, iban a concentrarse en 27 sitios para su desarme y posterior reinserción a la vida civil. Pero ahora lo que reina es la incertidumbre absoluta.
Unos 34,9 millones de colombianos fueron convocados a pronunciarse sobre el pacto de cese de hostilidades firmado el 26 de septiembre. Lo que quizás resulta más incomprensible es el enorme ausentismo en las elecciones. Más del 60 por ciento de los colombianos de abstuvo de participar en el acto eleccionario. Es decir, (dejando de lado aquellos de la región Caribe que debieron ausentarse a causa del huracán Matthew) casi dos tercios de los colombianos se manifestaron desinteresados de semejante tema. Esto también puede considerarse como un grosero error estratégico tanto del gobierno como de las FARC: no poner toda la carne al asador para revertir una historia de urnas esquivas.
En el año 2014, últimas elecciones presidenciales, la abstención fue del 60 por ciento; en el  2010, del 56 por ciento; en el año 2006, el dato fue muy parecido. En la convocatoria a la Asamblea Constituyente de 1991, la abstención llegó hasta el 78 por ciento. La baja participación electoral es una constante en Colombia. A más de la mitad de la población no le interesa ir a votar. En Colombia, la exclusión histórica ha sido de tal magnitud que excluyó a las mayorías de la vida política. Dejaron de creer en las urnas como instancia para resolver los problemas.
De los casi 13 millones que se acercaron a las Urnas este 2 de octubre, la diferencia entre el Sí y el No fue de 60.000 votos. ¿Cómo permitir que es margen insignificante decida el pasado, futuro y presente de Colombia? Es inaudito.
En definitiva, el sujeto del plebiscito son las víctimas, que votaron aplastantemente por el Sí. El No, gana en regiones alejadas del conflicto, con peso clave de la oligarquía y de la dictadura mediática. Principalmente las grandes urbes. Son las víctimas las que deben acusar a los responsables de la violencia, son ellas las que deben hablarle a los que no votaron.
El pueblo de Colombia ya ha comenzado a tomar las calles de manera absolutamente pacífica para reclamar el cumplimiento de los acuerdos de La Habana y rechazar las presiones de Uribe fundadas en la venganza y la siembra del miedo. La necesidad del enemigo interno para la justificación de la militarización, la excusa del tráfico de drogas y la inoculación sistemática del miedo al “castrochavismo” en Colombia es la exitosa receta del uribismo y los Estados Unidos.
Centenares de miembros de las FARC que estaban listos para ir a los lugares donde entregarían sus armas a las Naciones Unidas empezaron a retornar a las zonas donde actuaron en los últimos años. Las FARC ya habían aprobado su disolución como grupo armado y la conversión en un movimiento político legal. El líder de las FARC, Timochenko, afirmó que su grupo sigue empeñado en la paz y en seguir usando la palabra como única arma.
El 31 de octubre terminaría el cese unilateral del fuego. Sería una derrota escandalosa que después de todo el proceso, el conflicto vuelva a tomar a Colombia. Está en aquellos que tienen la decisión y el verdadero incentivo para la paz, que puedan agotar todas las instancias posibles para rectificar el curso, apoyados en el inmenso crisol internacional que desea la finalización del conflicto. El plebiscito pírrico fue producto quizás de no dimensionar el poder del enemigo. La paz espera todavía.

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