10 de diciembre de 2015

Cambio de guardia



MACRISMO: ETAPA SUPERIOR DEL KIRCHNERISMO 

Una facción diferente de las clases superiores acaba de acceder al poder político en la Argentina.  Se trata de lo que podría denominarse como “derecha liberal”, que vendría a ser esa parte de la derecha que defiende el liberalismo económico, esto es, la teoría de Adam Smith según la cual el Estado no debe entrometerse en los negocios privados, ya que es “la mano oculta” del mercado la que se encarga de regularlos. El liberalismo sucederá a la facción “neodesarrollista” de la burguesía, es decir, el kirchnerismo. Una facción que discursivamente parecería ser progresista, pero que en los hechos es lo opuesto. En efecto, pese a los denodados esfuerzos que se están haciendo en estos días desde el kirchnerismo para caracterizar a Cambiemos como “la” derecha,  son irrebatibles las evidencias que demuestran que la vieja y la nueva facción son muy parecidas. ¿Qué cambiará con Cambiemos? 

Por Marcelo R. Pereyra 

CLASE NO HAY UNA SOLA 

Un análisis simple de la estructura de la sociedad la divide en varios sectores de acuerdo a su nivel de ingresos y situación económica. Estos sectores han sido denominados clases sociales: típicamente la baja, la media y la alta. Claro que como no existe una homogeneidad total dentro de cada clase, éstas presentan numerosas subdivisiones. Políticamente hablando las clases tienen menos homogeneidad aún; sin embargo, su comportamiento electoral tiene un importante grado de previsibilidad que está basado en sus intereses. A lo largo de la historia quienes han tenido posiciones sociales de privilegio han hecho todo lo posible para mantenerlas e incrementarlas; mientras que los de más abajo han hecho todo lo posible para llegar a tener las posiciones de los de más arriba. La historia enseña que fue en Europa en el siglo XVIII, cuando los burgueses se sintieron fuertes como para  desafiar a las monarquías. Los terratenientes, aliados a los comerciantes, los artesanos y parte del pueblo protagonizaron la Revolución francesa y otras revoluciones similares, incluso en América. En todos los casos, los burgueses condicionaron o derrocaron a reyes y virreyes para tener una parte o todo el poder político que les permitiera hacer sus negocios sin tener que compartir sus ganancias con insaciables monarcas. ¿Acaso la Revolución de Mayo –una revolución burguesa- no fue motivada por el deseo de los comerciantes criollos de poder comerciar libremente, sin que el rey se “comiera” gran parte de sus beneficios? ¿No fue La representación de los hacendados, el libro que escribió Mariano Moreno defendiendo el librecambio y el control de la Aduana, el programa de gobierno de la Junta revolucionaria? Como sea, desde aquel momento inaugural el poder político en la Argentina se disputó siempre entre las distintas facciones de grandes comerciantes, hacendados y otros sectores económicamente significativos.

A veces la clase baja y la clase media tejen alianzas para enfrentar a las clases superiores. Dichas alianzas suelen ser transitorias y precarias, y se reflejan más  en consignas -“El pueblo unido, jamás será vencido”; “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”- que en hechos. Por otra parte, los enfrentamientos no sólo se dan entre las clases sino en el interior de las mismas. Por ejemplo, aunque ambos formarían parte de la clase baja, no es lo mismo un trabajador desocupado que uno ocupado. Sus intereses, sus necesidades, son distintas, y llegado el caso podrían enfrentar entre ellos, como ha ocurrido varias veces en la Argentina reciente. En las clases altas estos enfrentamientos son mucho más agudos porque los intereses económicos en juego son mucho más grandes: si un trabajador y un desempleado se disputan apenas un salario, lo que se pone en juego en las disputas empresariales son millones.

Ahora bien, sucede que tanto los de arriba, como los del medio y los de abajo necesitan del Estado para su subsistencia. El Estado contrata muchísimas personas, fija el salario mínimo y las jubilaciones, regula el funcionamiento y establece las tarifas del transporte y de otros servicios públicos, aplica impuestos, retenciones y otros gravámenes e incide de muchas otras formas en la renta de cada individuo y en las ganancias de las empresas.  Por eso las distintas facciones de las clases superiores siempre se disputaron el control del Estado. La clases inferiores siempre fueron convidadas de piedra en estas disputas y carne de cañón cuando las disputas se dirimieron a los tiros (Unitarios vs. Federales, o Guerra contra el Paraguay, por ejemplo).

Alguna vez surgieron facciones de la clase propietaria que elaboraron un discurso afín con las reivindicaciones históricas de la clase popular, y tomaron algunas medidas convenientes a sus intereses y expectativas. Irigoyen y Perón fueron sus representantes más notorios. En otras ocasiones, facciones de las clases propietarias tejieron alianzas y les facilitaron negocios a empresas extranjeras. Todo este proceso fue y es dinámico y dialéctico, y debe ser contextualizado en cada caso teniendo en cuenta los distintos intereses que entran en juego y de las alianzas intra e interclase que se van articulando. Lo importante es destacar nuevamente, que el pueblo siempre miró todo de afuera. Como admite la Constitución, son sus representantes políticos los que “deliberan y gobiernan” por él. 

¿CAMBIAREMOS? 

Una facción diferente de las clases superiores acaba de acceder al poder político en la Argentina. Se trata de lo que podría denominarse como “derecha liberal”, que vendría a ser esa parte de la derecha que defiende el liberalismo económico, esto es, la teoría de Adam Smith según la cual el Estado no debe entrometerse en los negocios privados, ya que es “la mano oculta” del mercado la que se encarga de regularlos. En realidad cuando los liberales argentinos estuvieron en el poder aplicaron esta teoría cuando les convino y otras veces se la dejaron olvidada en su casa. Todo sea para favorecer los negocios de los amigos nacionales y extranjeros. El pensamiento liberal en lo económico siempre estuvo acompañado de un pensamiento conservador en materia social, entendiéndose por tal a una cosmovisión que tiende a rechazar los cambios drásticos en las relaciones sociales y en cuestiones de ética y moral, aunque hay que reconocer que en estos últimos tiempos los liberales telúricos han sido un poco más flexibles. En cuanto a lo político, dicen defender la democracia, pero cuando estuvieron en el poder fue gracias al fraude electoral o a los militares. Desde 1930, es la primera vez que acceden al gobierno por la vía democrática.

El liberalismo sucederá a la facción “neodesarrollista” de la burguesía, es decir, el kirchnerismo. Una facción que discursivamente parecería ser progresista, pero que en los hechos es lo opuesto. En efecto, pese a los denodados esfuerzos que se están haciendo en estos días desde el kirchnerismo para caracterizar a Cambiemos como “la” derecha, son irrebatibles las evidencias que demuestran que la vieja y la nueva facción son muy parecidas. Entre muchas se puede mencionar que han votado juntas en la Legislatura de Buenos Aires y en el Congreso nacional; que compartieron y comparten funcionarios que de manera muy natural parece que les da lo mismo estar con la una o con la otra; que en conjunto han sancionado leyes y puesto en práctica medidas represivas (Proyecto X –de espionaje-; represiones en Lear y en el Parque Indoamericano) y que han callado de manera cómplice ante ciertas barrabasadas de la otra facción. Como tantas veces se ha insistido desde esta columna, desde su llegada al poder en 2003 el kirchnerismo se revistió de una pátina “progresista” o “izquierdosa” que le sirvió para conformar una militancia -tan fervorosa y entusiasta como mal informada- convencida de que Néstor Kirchner y Cristina Fernández son el Che Guevara y Rosa de Luxemburgo, respectivamente. Ese gigantesco mal entendido vino a disimular que en realidad el kirchnerismo es una más de las facciones en las que se divide la burguesía. Un mes después de la asunción de Kirchner como presidente esta columna advirtió: 

“Esta cuestión del ‘progresismo’ kirchneriano, de su supuesto enfrentamiento con el capital concentrado, ha generado una confusión en muchos argentinos bien intencionados que quieren -necesitan- depositar algo de la confianza que todavía les queda en el nuevo presidente. La sociedad argentina, sin distingo de sectores, está tan atravesada por las ideas neoliberales en lo económico y conservadoras en lo social y lo político, que basta con pronunciar un par de frases rimbombantes con connotaciones setentistas, para que unos se entusiasmen y otros se alarmen. La derecha política más recalcitrante, por ejemplo, se creyó que con Kirchner se venía el resurgimiento del montonerismo, del "zurdaje" y salió a pegar gritos histéricos a través de su house organ, el diario La Nación. En una nota firmada por su subdirector, Claudio Escribano, el matutino le recomendó al nuevo mandatario no rebelarse contra el gobierno de EE. UU.. Pueden quedarse tranquilas la derecha y La Nación que no se trata de rebeldía sino, apenas, de floreos discursivos oportunistas que apuntan a generar en la sociedad, que ansía -desesperadamente- creer en un mañana mejor, el consenso que Kirchner no logró en las urnas” (“El recambio presidencial en la Argentina”, Contracultural, junio/2003).

El paso del tiempo confirmó estos argumentos. Millones de personas creyeron en esos floreos discursivos: el kirchnerismo pasó del 23 por ciento de los votos en 2003 a sacar el 54 por ciento en 2007. Pero, por otro lado, conversó “amablemente” con Iberia, Skanska, Chevrón, Repsol, Monsanto, Barrik Gold y con otras empresas extranjeras que gozaron de grandes facilidades para hacer sus negocios, no siempre limpios y no siempre en condiciones convenientes para el país. A la vez, el kirchnerismo  conformó un grupo de empresarios nacionales –Ezkenazi, Ulloa, Garfunkel, López, Báez, Szpolski, entre otros- a quien benefició con negocios igualmente lucrativos a cambio  –según el caso- de servicios de testaferro o de adquisición de medios de comunicación para convertirlos en firmes defensores del oficialismo.

¿Qué cambiará con Cambiemos? No mucho, porque la facción kirchnerista de la burguesía viene haciendo los deberes como el más conspicuo de los liberales. La estructura socioeconómica de la sociedad es bastante parecida a la de doce años atrás: los pobres siguen siendo pobres y los ricos siguen siendo ricos. La brecha entre unos y otros no se achicó sino que se agrandó, porque cuando llegó al poder el kirchnerismo apostó a controlar la delicada situación social de entonces con la cooptación de dirigentes (D’Elía, Depetri, Yasky, Baradel, entre otros) y con el asistencialismo. Le funcionó tan bien que se quedó ahí y no avanzó gran cosa en pos de una sociedad más justa e igualitaria. Y esto al macrismo le interesa menos todavía. El futuro, por tanto, dista de ser promisorio. Habrá, tal vez, una dosis menos de autocracia; habrá menos cadenas nacionales para el autobombo; desaparecerán los Moreno y los Aníbal Fernández; dejará de existir el periodismo militonto, probablemente, y es de esperar que se democratice de verdad el acceso a la comunicación y la información.

Y no habrá mucho más. El resto será la lucha de siempre de los de abajo para escamotearle algo a los de arriba.

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