7 de enero de 2015

La nueva geopolítica climática



VIEJOS Y NUEVOS PAÍSES CONTAMINADORES NO ASUMEN SUS RESPONSABILIDADES 

Es una simplificación sostener que sólo el norte es el principal emisor de gases invernadero, y el sur, sin responsabilidades, sufre las consecuencias. En los últimos años la situación ha cambiado drásticamente, y entre los diez más grandes contaminadores globales están entreverados países del sur y del norte.  Mientras en los países industrializados el principal origen de las emisiones son los gases de las fábricas y motores, en América del Sur su origen está en la deforestación, las transformaciones agropecuarias y otros cambios en el uso del suelo. 

Por Eduardo Gudynas (desde Uruguay)

No es sencillo resumir los resultados del encuentro de los países miembros de la Convención Marco en Cambio Climático de las Naciones Unidas, que tuvo lugar en Lima (Perú). Su objetivo era ambicioso y también urgente. Pero los resultados han sido muy discutibles.

En la cumbre de Lima se debía precisar el marco de un futuro tratado, protocolo o mandato que impusiera restricciones sobre la emisión de gases con efecto invernadero para contrarrestar el cambio climático. Es un objetivo que se intenta alcanzar desde hace años, y se esperaba concretarlo en Lima, dada la presión ciudadana y nuevos reportes científicos confirmaron que el cambio climático es más grave de lo esperado y que avanza más rápidamente.

Bajo los compromisos actuales, tales como el viejo Protocolo de Kyoto, los únicos que tienen obligaciones de reducciones son las naciones industrializadas. A los países en desarrollo, y entre ellos los latinoamericanos, no se les exige limitar sus gases invernadero, aunque pueden hacerlo voluntariamente. Pero es muy evidente que esa posición es actualmente insostenible, ya que muchas naciones del sur han pasado en los últimos años a estar entre los más grandes contaminantes del planeta. Un nuevo acuerdo impondría obligaciones para todos los estados, y allí surgen las confrontaciones y desavenencias.

Esas discrepancias quedaron en claro en Lima. Buena parte de las naciones en desarrollo no desean limitar sus propias emisiones de gases invernadero ya que las conciben como trabas a su progreso económico. Y en caso que algo hicieran, quieren que los países ricos las compensen económicamente por eso. Las naciones industrializadas evitan reducir todavía más sus gases invernadero, y nada quieren saber con una ayuda financiera masiva.

De esta manera, en Lima, casi todos los países invocaban la gravedad del cambio climático, pero en verdad evitaban asumir compromisos, aunque usando argumentos muy distintos. Se llegó a un acuerdo porque era tan vago e impreciso que no impone obligaciones ecológicas o financieras, y deja casi todo abierto para seguir negociando un año más. 

Viejos y nuevos contaminadores 

La diversidad de argumentos para esquivar las responsabilidades ya no puede ser analizada desde una perspectiva que separa dos bloques: el “norte” y el “sur”. Es una simplificación sostener que sólo el norte es el principal emisor de gases invernadero, y el sur, sin responsabilidades, sufre las consecuencias. En los últimos años la situación ha cambiado drásticamente, y entre los diez más grandes contaminadores globales están entreverados países del sur y del norte.

El primer lugar lo ocupa China, que desplazó a Estados Unidos al segundo sitio. Si se toma a los 28 países de la Unión Europea como un conjunto, estarían en tercer lugar, pero a nivel individual ese sitio es ocupado por India. A su vez, en esas primeras ubicaciones aparecen por ejemplo Indonesia y Brasil, que emiten más que Japón o Alemania. Eso explica que naciones como China o Brasil se resistan a aceptar obligaciones a reducir sus emisiones, solo lleven adelante planes voluntarios.

Se ha dicho muchas veces que esos indicadores totales no son muy justos, y que deberían considerarse las emisiones por personas. Si así se hace, una vez más aparece otra geografía ecológica. El punto de referencia para lo que podrían llamarse “emisiones justas” son 2 ton de CO2 por habitante en el planeta, y sin duda las naciones industrializadas están muy sobrepasadas. Pero nosotros, en América del Sur, también. Paraguay ocupa el primer lugar con 18.2 ton CO2 por persona, el segundo lugar corresponde a Bolivia (14.8), y en el tercer puesto está Venezuela (13.4). Todos los indicadores son contundentes: nuestros países también son responsables.

Más de un lector se preguntará a qué se debe esta particular situación de los latinoamericanos. Es que mientras en los países industrializados el principal origen de las emisiones son los gases de las fábricas y motores, en América del Sur su origen está en la deforestación, las transformaciones agropecuarias y otros cambios en el uso del suelo.

Aceptando que las principales emisiones tienen esos orígenes, queda en claro que las políticas nacionales contra el cambio climático en países como Bolivia, deben comenzar por cambiar sus estrategias de desarrollo rural, modificar la tenencia de la tierra y detener la deforestación. Se impone un cambio de rumbo que no es nada sencillo, y que los Estados prefieren evitar, y rara vez mencionan en los cónclaves internacionales. 

¿Una Pacha Mama atómica? 

Todos los gobiernos invocan la protección ambiental, pero de todas maneras quedan atrapados dentro de los desarrollos convencionales y son incapaces de atacar las causas del cambio climático. El gobierno de Bolivia ejemplifica esas tensiones. Defiende a la Pacha Mama en los discursos, y eso es algo en lo que todos estamos de acuerdo, pero sus prácticas concretas son otras. Es que la Pacha Mama gubernamental es solo planetaria, pero no asegura una adecuada protección dentro de Bolivia, y en especial ante los problemas ambientales locales que se deben a la extracción de hidrocarburos. Es una Pacha Mama que sólo llega hasta donde comienza el nacionalismo de los recursos, y por ello cuando hay que elegir, siempre triunfa el interés exportador sobre la protección ambiental. Y hasta se ha caído en una Pacha Mama atómica, con la propuesta de instalar una central nuclear en el país, lo que es una medida reñida con las más básicas consideraciones ambientales.

Estos problemas se repiten en todos los países, y por ello se cae en las “irresponsabilidades comunes e indiferenciadas” en el ámbito de las negociaciones internacionales en cambio climático, como ha descrito Gerardo Honty.

América Latina debe romper estas con esas contradicciones y comenzar, cuanto antes, sus propios planes de reducción de emisiones y adaptación ante el cambio climático. No puede esperar por los países ricos ni seguir apelando a la mera retórica. Debe defender en serio y con efectividad sus propios ambientes y sus comunidades.  

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