11 DE
SEPTIEMBRE DE 1973: 40 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO A SALVADOR ALLENDE
En vísperas de las elecciones presidenciales
en Chile, miles de personas en todo el país recordaron a Salvador Allende y el
legado la de Unidad Popular tras cuatro décadas del ataque a La Moneda.
Presente, pasado y futuro de una sociedad tan dividida como controversial.
Por Marcelo J. Levy
"El río
invierte el curso de su corriente.
El agua de
las cascadas sube.
La gente
empieza a caminar retrocediendo.
Los
caballos caminan hacia atrás.
Los
militares deshacen lo desfilado.
Las balas
salen de las carnes.
Las balas
entran en los cañones.
Los
oficiales enfundan sus pistolas.
La
corriente se devuelve por los cables.
La
corriente penetra por los enchufes.
Los
torturados dejan de agitarse.
Los
torturados cierran sus bocas.
Los campos
de concentración se vacían.
Aparecen
los desaparecidos.
Los
muertos salen de sus tumbas.
Los
aviones vuelan hacia atrás.
Los
“rockets” suben hacia los aviones.
Allende
dispara.
Las llamas
se apagan.
Se saca el
casco.
La Moneda
se reconstituye íntegra.
Su cráneo
se recompone.
Sale a un
balcón.
Allende
retrocede hasta Tomás Moro.
Los
detenidos salen de espalda de los estadios.
11 de
Septiembre.
Regresan
aviones con refugiados.
Chile es
un país democrático.
Argentina
es un país democrático.
Las
fuerzas armadas respetan la constitución.
Uruguay es
un país democrático.
Los
militares vuelven a sus cuarteles.
Renace
Neruda.
Vuelve en
una ambulancia a Isla Negra.
Le duele
la próstata.
Escribe.
Víctor
Jara toca la guitarra.
Canta.
Los
discursos entran en las bocas.
El tirano
abraza a Prat.
Desaparece.
Prat
revive.
Los
cesantes son recontratados.
Los
obreros desfilan cantando.
¡Venceremos!”
Gonzalo
Millán, poeta chileno
El 4
de septiembre de 1970, Salvador Allende ganó las elecciones presidenciales en
Chile. Su triunfo se constituyó en un hito histórico y una lección política
imborrable hasta nuestros días. La victoria fue resultado de un amplio proceso
de unidad en las filas democráticas y de la izquierda, que tuvo como eje una
orientación socialista, forjada en las concepciones del Partido Comunista y del
Partido Socialista, cuyos orígenes habría que rastrear en la construcción de
los frentes populares en los años treinta.
Allende impulsó un programa aprovechando la legislación reformista impulsada por la democracia cristiana por el gobierno de Eduardo Frei (1964-1970) al mismo tiempo que se generalizaba la movilización social y subían las demandas sociales. Desde su ratificación por el Congreso, el gobierno de Allende vivió una permanente confrontación con la oposición. Las acciones ilegales que iniciaron con el asesinato del Comandante del Ejército, General René Schneider, se intensificaron con el paro patronal de octubre de 1972, desembocaron en el levantamiento generalizado de la Marina, el Ejército, la Fuerza Aérea y la policía militarizada de Carabineros, en la madrugada del 11 de septiembre de 1973. Ese día se produjo un sangriento golpe de Estado, protagonizado por el general Augusto Pinochet, quien, tras el asesinato del presidente constitucional Salvador Allende, se autoproclamó “jefe supremo de la nación”. Pinochet, usó todos los medios para acallar la protesta popular y borrar la imagen de Salvador Allende, cuyo legado está más vivo que nunca.
Es imborrable para la historia Latinoamericana el día en que fue bombardeada La Moneda y la actitud heroica que tuvo el presidente quien decidió no entregarse vivo a sus captores ni abandonar su puesto de combate. Se inicia entonces el proceso más nefasto de la historia del país transandino.
De igual forma, cabe decir que el golpe de estado tuvo como elemento necesario la acción desarrollada por los Estados Unidos en la región. Chile, en ese sentido, fue un caso paradigmático.
Si hasta finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, el enfoque político-militar norteamericano se fundamentaba en la amenaza externa del bloque socialista, a partir de la década del sesenta apareció un nuevo frente de los países dependientes que tenía que ser sofocado: intentos insurreccionales capaces de subvertir el orden vigente en Latinoamérica.
Estados Unidos definió la estrategia de la contrainsurgencia como el conjunto de medidas militares, paramilitares, políticas, económicas, psicológicas y cívicas tomadas por el gobierno para derrotar la “insurgencia subversiva de origen comunista”.
Allende impulsó un programa aprovechando la legislación reformista impulsada por la democracia cristiana por el gobierno de Eduardo Frei (1964-1970) al mismo tiempo que se generalizaba la movilización social y subían las demandas sociales. Desde su ratificación por el Congreso, el gobierno de Allende vivió una permanente confrontación con la oposición. Las acciones ilegales que iniciaron con el asesinato del Comandante del Ejército, General René Schneider, se intensificaron con el paro patronal de octubre de 1972, desembocaron en el levantamiento generalizado de la Marina, el Ejército, la Fuerza Aérea y la policía militarizada de Carabineros, en la madrugada del 11 de septiembre de 1973. Ese día se produjo un sangriento golpe de Estado, protagonizado por el general Augusto Pinochet, quien, tras el asesinato del presidente constitucional Salvador Allende, se autoproclamó “jefe supremo de la nación”. Pinochet, usó todos los medios para acallar la protesta popular y borrar la imagen de Salvador Allende, cuyo legado está más vivo que nunca.
Es imborrable para la historia Latinoamericana el día en que fue bombardeada La Moneda y la actitud heroica que tuvo el presidente quien decidió no entregarse vivo a sus captores ni abandonar su puesto de combate. Se inicia entonces el proceso más nefasto de la historia del país transandino.
De igual forma, cabe decir que el golpe de estado tuvo como elemento necesario la acción desarrollada por los Estados Unidos en la región. Chile, en ese sentido, fue un caso paradigmático.
Si hasta finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, el enfoque político-militar norteamericano se fundamentaba en la amenaza externa del bloque socialista, a partir de la década del sesenta apareció un nuevo frente de los países dependientes que tenía que ser sofocado: intentos insurreccionales capaces de subvertir el orden vigente en Latinoamérica.
Estados Unidos definió la estrategia de la contrainsurgencia como el conjunto de medidas militares, paramilitares, políticas, económicas, psicológicas y cívicas tomadas por el gobierno para derrotar la “insurgencia subversiva de origen comunista”.
La estrategia de la contrainsurgencia recurre a los militares latinoamericanos y les asigna diversas tareas, según la realidad concreta de cada país. Iniciada en marzo de 1964 con el golpe militar que derrocó al régimen populista de Goulart en Brasil, alcanzó su punto culminante en el período 1973-76, cuando los países del cono sur se cubren de dictaduras militares.
La dictadura militar pinochetista confrontó una persistente resistencia en diversos planos: social, política, cultural y militar enmarcada en un creciente aislamiento internacional. Carente de legitimación y con una erosión sostenida de sus bases de sustentación, al igual que otras dictaduras militares de la región, fue perdiendo utilidad para los propósitos de garantizar estabilidad y desarrollo de un nuevo modelo económico. En definitiva, la dictadura de Augusto Pinochet fue el instrumento de una clase social para realizar el “trabajo sucio”, descabezando un movimiento popular ascendente.
De acuerdo a los informes realizados por Organismos de Derechos Humanos chilenos, la cifra de víctimas de violaciones de los Derechos Humanos en Chile, asciende, al menos, a unas 35 000 personas, de los cuales unos 28 000 fueron torturados, 2279 de ellos ejecutados y unos 1248 continúan como Detenidos desaparecidos. Además unas 200.000 personas habrían sufrido el exilio y un número no determinado (cientos de miles) habría pasado por centros clandestinos e ilegales de detención.
En el plano económico, 725 era el número de compañías en manos del Estado al momento del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. La mayoría terminó en manos de grupos económicos altamente concentrados. Varias de estas empresas recayeron en amistades cercanas e incluso parientes del propio dictador.
La dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) introdujo el libre mercado, privatizó y descentralizó servicios esenciales que proveía el Estado en forma gratuita, como salud y educación, y fue pionero en poner el régimen de pensiones y jubilaciones en manos de empresas.
En 1981, cuando se iniciaron los cambios educativos, 78 por ciento de la matrícula de enseñanza primaria y secundaria se concentraba en escuelas públicas, y el resto en el sector privado. La educación estatal se cercenó y traspasó a los municipios y se habilitaron las escuelas privadas subvencionadas por el Estado, según la cantidad de alumnos.
En 1990, cuando retornó la democracia, la matrícula municipal había caído a 57,8 por ciento y en 2012 a 37,5 por ciento.
Durante el gobierno de Allende, la enorme mayoría de los estudiantes asistían a escuelas públicas y, al término de los 12 años de primaria y secundaria, accedían a la universidad. Eran tiempos de educación estatal, gratuita y de igual calidad en todos los niveles, una demanda que hoy hacen resonar en las calles de Chile jóvenes que no vivieron el golpe de Estado y que en su mayoría no tienen filiación política tradicional.
Al cabo de los cambios pinochetistas, ya no hubo universidad gratuita, ni siquiera las públicas lo son. Para acceder a ellas, además de pagar, se deben rendir pruebas de admisión.
Además, las familias chilenas deben financiar directamente más de 70 por ciento de la educación terciaria, y el Estado pone apenas 22 por ciento. La mercantilización de la educación en Chile explica de manera fehaciente, la explosión estudiantil de los últimos años.
A 40
años de su partida, adquiere más fuerza la profunda huella que dejó Salvador
Allende. Su pensamiento de reformador social sigue plenamente vigente agrandado
por la imagen del Presidente que dio la vida en su intento de profundos
cambios, demasiado parecidos a las actuales demandas de estudiantes y los
movimientos sociales.
Resulta evidente que en los últimos años la sociedad chilena (no así su gobierno) ha iniciado demandas y luchas impensadas desde la caída de la Unidad Popular. La juventud en especial, comenzó a cuestionar definitivamente las políticas impuestas sucesivamente por la dictadura cívico-militar y los gobiernos civiles interesados sólo en expandir la libertad del capital, nacional y extranjero.
Estamos en vísperas de una elección nacional que probablemente lleve de nuevo al ejecutivo a Michelle Bachelet. Las esperanzas puestas en ella en su primer mandato no serán probablemente actualizadas. La concertación, esta creación que intenta unificar a un Chile dividido desde la dictadura de Pinochet, no ha dado respuestas a las demandas que, ahora iniciadas, no tienen retorno. La distancia potencia la figura de Allende, máxime por estos años, en donde un presidente con esas características sería un faro en esos cambios que se divisan en el continente.
Resulta evidente que en los últimos años la sociedad chilena (no así su gobierno) ha iniciado demandas y luchas impensadas desde la caída de la Unidad Popular. La juventud en especial, comenzó a cuestionar definitivamente las políticas impuestas sucesivamente por la dictadura cívico-militar y los gobiernos civiles interesados sólo en expandir la libertad del capital, nacional y extranjero.
Estamos en vísperas de una elección nacional que probablemente lleve de nuevo al ejecutivo a Michelle Bachelet. Las esperanzas puestas en ella en su primer mandato no serán probablemente actualizadas. La concertación, esta creación que intenta unificar a un Chile dividido desde la dictadura de Pinochet, no ha dado respuestas a las demandas que, ahora iniciadas, no tienen retorno. La distancia potencia la figura de Allende, máxime por estos años, en donde un presidente con esas características sería un faro en esos cambios que se divisan en el continente.
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