ACERCA DE LA CELEBRACIÓN DEL DÍA DEL PERIODISTA
Una nueva
conmemoración del día del periodista encuentra a la profesión puesta al
servicio de disputas y antagonismos políticos cada vez más acentuados. Hay que
retroceder mucho tiempo en la historia para encontrar un nivel de confrontación
como el actual. Casi podría decirse que se ha vuelto a la prensa facciosa de la
primera mitad del siglo XIX, solo que ahora en vez de unitarios y federales
tenemos a la “corpo” en un bando y a la prensa oficialista y paraoficialista en
el otro. Es cierto que las formas son otras, pero si bien ya no se tratan de
“salvajes unitarios” los engaños, las distorsiones, los ocultamientos y los
intentos por manipular la “realidad real” por parte de ambos bandos están a la
orden del día. Pero también, afortunadamente, hay otro tipo de periodismo
Por Marcelo R.
Pereyra
AYER
Desde la Revolución Francesa en adelante, todo proyecto
político se propuso difundir su ideario a través del periodismo. Así, en nuestra
Revolución de Mayo la Primera Junta decidió crear un medio de comunicación
propio que diera cuenta de sus actos y que debatiera con aquellos que se oponían
al movimiento independentista. Pocos días después de haber tomado el poder, el
7 de junio, la Junta editó el primer número de la Gazeta de Buenos Aires bajo la dirección de Mariano Moreno. Por eso
puede decirse que el periodismo original era revolucionario: opinaba, discutía
y formaba opinión.
Después de mayo de 1810, conforme la realidad política del
país se fue haciendo más enmarañada, en tanto que surgieron distintas facciones
políticas que luchaban por tomar el poder, aparecieron nuevos periódicos de
diferentes orientaciones: fue la llamada prensa facciosa que tuvo como
representantes paradigmáticos a las gazetas de los federales y los unitarios. Finalizada
la encarnizada disputa entre estos dos bandos hacia la mitad del siglo, surgieron
los primeros diarios masivos: La Capital,
en Rosario (1868), y La Prensa (1869)
y La Nación (1870), en Buenos Aires.
Si hasta ese momento el periodismo había
sido fuertemente doctrinario, los cambios políticos, sociales y demográficos
reclamaban otra tipo de prensa que enfatizara en la información más que en la
opinión. La progresiva complejización de la vida en ciudades grandes requería
de periódicos que dieran cuenta de los acontecimientos que se producían
cotidianamente. Nuevos públicos requerían nuevas agendas y nuevas modalidades
informativas. Se estaba produciendo paulatinamente la transformación de un periodismo
de opinión, deudor del modelo francés, a un periodismo predominantemente
informativo, inspirado en el modelo anglosajón, en el que lo más importante ya
no era tanto lo que el diario opinaba sino los hechos sobre los que informaba.
Con todo, hasta principios del siglo XX la principal motivación para fundar
diarios siguió siendo la de participar e incidir en el debate por el modelo de
país que se estaba forjando. Por eso los diarios de mayor peso, como La Nación y La Prensa, nunca dejaron de expresarse –era su razón de ser-, pero
para ello identificaron en su diagramación secciones específicas de opinión
editorial –el lugar aceptado para la subjetividad política del diario-,
mientras que en el resto del periódico presentaban a la noticia como un relato
objetivo del acontecimiento.
Para fines del siglo XIX puede decirse que se había
conformado en Buenos Aires un importante público de base popular. La política
de alfabetización masiva convirtió a este público en un sector social
demandante de noticias políticas y gremiales, pero también deseoso de consumir
crónicas sociales, de sucesos y policiales. Los periódicos políticos de
izquierda –comunistas, socialistas y anarquistas- satisfacían sólo la
información referida al primer grupo de estas temáticas. Por lo cual, más tarde
o más temprano, debía surgir un nuevo tipo de prensa especialmente destinada a
los sectores medios y bajos de la sociedad. En 1905 apareció el vespertino La Razón, primer diario fundado por un periodista
–Emilio B. Morales- con el prioritario propósito de ganar dinero a través de
una empresa informativa y, a la vez, de escapar de toda atadura partidista.
Paulatinamente, La Razón incorporó en
sus notas, con fuerte retórica sensacionalista, la emoción, el humor y el
melodrama. Su estética periodística se conectó con expresiones culturales
populares caracterizadas por un predominio del relato y de la imagen. Este
perfil terminó de consolidarse hacia 1911, cuando este diario modernizó sus
modalidades productivas -con destacada inclusión de material gráfico,
crucigramas e historietas- y creó la edición dominical y los suplementos
especiales. De esta manera, con sus tres ediciones diarias, se transformó en el
más vendido de los vespertinos. Dos años después Natalio Botana creó Crítica, otro vespertino de corte
sensacionalista que se diferenció rápidamente de sus competidores por su
diagramación ágil y visualmente entretenida. Historietas, caricaturas y dibujos
se complementaron con numerosos suplementos y secciones especiales que
intentaban dar cuenta de los más variados gustos e intereses de sus lectores.
Crítica y La Razón fueron en las primeras dos décadas del siglo XX los
mejores representantes del llamado “nuevo periodismo” de raigambre
estadounidense. Su estilo moderno y desenfadado contrastaba con el de los
matutinos conservadores, como La Prensa
y La Nación, sumamente prestigiosos y
respetados entre las clases dirigentes, pero reacios a la hora de adaptarse a
los nuevos tiempos. Como sea, el periodismo tradicional fue relegando paulatinamente
su función ideológica, se mercantilizó y se transformó en lo que es en la
actualidad: un factor de presión al servicio de los intereses de, en mi primer
lugar, las empresas periodísticas y luego de otros intereses comerciales y
políticos.
HOY
Una nueva conmemoración del día del periodista encuentra a
la profesión puesta al servicio de disputas y antagonismos políticos cada vez
más acentuados. Hay que retroceder mucho tiempo en la historia para encontrar
un nivel de confrontación como el actual. Casi podría decirse que se ha vuelto
a la prensa facciosa de la primera mitad del siglo XIX, solo que ahora en vez
de unitarios y federales están la “corpo” en un bando y a la prensa oficialista
y paraoficialista en el otro. Es cierto que las formas son otras, pero si bien
ya no se tratan de “salvajes unitarios” los engaños, las distorsiones, los
ocultamientos y los intentos por manipular la “realidad real” por parte de
ambos bandos están a la orden del día. La profesión periodística se ha poblado
de prostitutos y prostitutas. Autodenominados “independientes” o “militantes”, son
mentirosos profesionales que por un puñado de dólares son capaces de borrador
con el codo lo que un tiempo atrás cien veces escribieron con la mano.
Tránsfugas que no trepidan en criticar hoy lo que elogiaron ayer. Todo lo hacen
con cara de “yo no fui”, y bajo una pátina de “objetividad” y
“profesionalidad”.
Pero no todo está perdido. Afortunadamente hay otro tipo de
periodismo. El periodismo alternativo, comunitario, puesto al servicio del
cambio social, preocupado por la construcción de nuevas agendas, que son las de
los sectores materialmente más perjudicados, y las de los colectivos sociales
desmigajados de la realidad creada por el Nuevo Orden neoliberal (ambientalistas, derechos humanos, jóvenes,
mujeres, pueblos originarios, inmigrantes). Colectivos que reclaman a un tiempo
por una mejor calidad de vida en general, y por sus reivindicaciones propias. Y
como están subrrepresentados en los
medios comerciales, el periodismo alternativo y comunitario les ha otorgado
visibilidad. Este otro periodismo le ha sustraído al periodismo comercial su
calidad de informador exclusivo y le ha dado voz a los que no la tienen. Y cotidianamente
se esfuerza por alterar los sentidos naturalizados en procura de crear
conciencia crítica.
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