7 de julio de 2011

La etapa primitiva de nuestra democracia

MÉXICO: 25 AÑOS DE NEOLIBERALISMO

Cualquier politólogo familiarizado con el sistema político mexicano sabe que las ideologías de los supuestos partidos son irrelevantes en la determinación de las políticas públicas y en el modelo económico importado por las élites tecnocráticas que gobiernan a México desde hace 25 años. Por su parte, los grupos de poder fáctico que defienden las bondades del laissez faire, laissez passer (dejad hacer, dejar pasar: lema que sirvió a los fisiócratas franceses que preconizaban la libertad de comercio), se empiezan a dar cuenta que las tesis neoliberales, en un ambiente de primitivismo democrático como el que vivimos, no operan con la eficiencia que ellos esperaban y que incluso, provocan crisis económicas de muy difícil solución, cuando el Estado abdica a favor del libre mercado, como ocurre actualmente en Grecia, Turquía, Portugal, España, Italia, Francia, Alemania, el Reino Unido (que comprende Inglaterra, País de Gales, Escocia e Irlanda del Norte) y Estados Unidos.


Por Manuel Leví Peza (desde México)


En México, ni se diga, el neoliberalismo económico ha sido la ruina de las condiciones sociales del país, a las que no se encuentran soluciones capitalistas apropiadas para superar su estancamiento semifeudal o semicolonial ni a través de una revolución democrática encabezada por un movimiento socialista capaz de fortalecer la industrialización del país; impulsar hacia la modernización a las fuerzas productivas agropecuarias, pesqueras, silvícolas y mineras; lograr la socialización de los bienes de consumo mediante competitividades reales con los países desarrollados y, poner a nivel mundial, la aplicación de las ciencias y las innovaciones tecnológicas en todos los medios de producción.

Obviamente, México no podrá lograr esos objetivos primermundistas mientras más del 50% de su población es iletrada, indisciplinada y no tecnificada. Y cuando lo que más impide el salto hacia adelante son la corrupción y la impunidad.

Por tanto, es importante definir un proyecto de nación que reoriente todas las políticas públicas, con características mexicanas, hacia ese fin específico y con formulación de principios y métodos de acción propios, de modo que se erradique la pobreza y sus secuelas letales.

En resumen, México que se halla en una etapa política primitiva, es una sociedad que debe perseverar en su empeño de llegar a ser un Estado laico, plural, federal y democrático de derecho y, proceder en consecuencia, hasta alcanzar el calificativo de nación completamente desarrollada.

Intensa polarización política

Hablando de la sucesión presidencial, que por cierto, es otra ofensa más dirigida contra la inteligencia de los electores, se puede decir que es un catálogo de sandeces de diversa orientación pseudoideológica en donde se colocan las plataformas de cada uno de los grandes intereses creados que desplazan las demandas más extremas de la población y que con sus increíbles improvisaciones, los partidos y los poderes fácticos, no se cansan de polarizar nuestra vida política y de hacer abortar cualquier proyecto de nación que presuponga una transformación importante, sostenida y sustentable, para los 112 millones de mexicanos que somos.

Observados de cerca y dentro de la concepción instrumental de sus respectivas promociones de imágenes, los presuntos presidenciables, coinciden en sus vulgaridades discursivas y en sus frivolidades personales para descubrir la ausencia de estrategias vanguardistas electorales y para subrayar la centralidad partidista y el monopolio de asignación de candidaturas afincadas en la resonancia bélica mediática para destruir a competidores y adversarios.

Esta guerra sucia, que ha rebasado la noción de pugna envenenada, se inserta en la mediocridad de un sistema político agotado y en una infraestructura intelectual caracterizada por la esterilidad polémica y la confrontación de necedades personales, lo que agudiza el conflicto ideológico entre las élites que con sus mezquinas pasiones por el dinero, tienen secuestrado el pacto federal republicano y sumergida a la democracia en un pantano de cobardías y traiciones.

¿Qué pecado habrá cometido México para que los microbios hayan alcanzado la categoría de personajes políticos?

Aunque escaso, un grupo respetuoso de las leyes emanadas de la Constitución exige, sin conseguirlo, que los funcionarios públicos actúen con honradez administrativa y decoro intelectual, antes que enfrentarse a los riesgos de una precampaña electoral, que de entrada, la hacen sin mesura y sin cuidar las formas de parcialidad política a que los obliga su militancia partidista.

Si bien es aceptada la idea de que hemos aprendido a coexistir tensamente en la esfera pública, esto no significa que estemos dispuestos a que se nos excluya de la representación de la identidad nacional y de la participación ciudadana en los asuntos políticos. Al contrario, hoy, con mayor razón, insistimos en una mejor conexión entre las prácticas ejercidas por los gobernantes y la comunidad nacional, con el objeto de implementar un nacionalismo cívico que despliegue políticas morales basadas en la igualdad jurídica de los mexicanos y en un modelo de integración económica que no desdibuje las identidades étnicas, religiosas, ideológicas y clasistas.

Desgraciadamente, ninguno de los “presidenciables” parece dispuesto a desmarcarse de las subjetividades hegemónicas de sus facciones respectivas, asemejándose más a una secta medieval que a una técnica de civilidad partidaria.

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