5 de marzo de 2010

La hoguera de las vanidades masculinas

HOMBRES COMPROMETIDOS CON LA ERRADICACIÓN DE LA VIOLENCIA HACIA LAS MUJERES

En los tiempos que corren el significado de ser hombre ha sido puesto en duda, incluso por los propios hombres: ¿Héroes, símbolos sexuales, científicos, heterosexuales, o gays? En este marco de crisis de la masculinidad, y a partir de la cotidiana y creciente violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres por el sólo hecho de ser tales, algunos de ellos se han organizado en la Campaña Lazo Blanco para ayudar a combatir la violencia de género. El coordinador de dicha campaña reflexiona en esta nota sobre qué implica ser hombre en la post modernidad.

Por Hugo Huberman

GÉNERO Y MODERNIDAD

El mundo de la modernidad trae consigo buenas y malas, depende del cristal con que se lo mire; lo que no podemos es negar la aceleración continua con que las transformaciones se incorporan (hacen cuerpo) en nuestras relaciones, y por ende entre nosotros y nosotras, complejizándolas. Mucho se ha escrito sobre los contextos en que esas transformaciones se han configurando, haciendo énfasis sobre los avances hacia la igualdad de las mujeres y cierto desconcierto entre nosotros, los hombres.

Agnes Heller señalaba que de todos los movimientos sociales del siglo XX, el feminista era el único que había dejado huella en las estructuras sociales, ya sea en el espacio público o privado, pues era irrefutable que la nueva presencia de las mujeres, había transformado la reproducción social.[1]

Como sociedades hemos avanzado muchísimo en los estudios de género desde lo femenino, ese avance permitió con los años, los primeros estudios sobre masculinidades, que hoy van teniendo un espacio en el área académica y dentro de los movimiento sociales. El estudio de uno de los géneros nos conduce, inevitablemente, al reconocimiento de las diferencias; es poco preciso intentar aislar una parte del sistema que, por ende, es parte del todo. Los hombres como sujetos culturales somos seres que tenemos y damos género.

La cultura genérica o de los géneros es en la que hoy esa complejidad aumentó. Los cambios ocurridos en las relaciones dentro del sistema sexo/género en las últimas décadas, han cuestionado las prácticas y los contenidos de la denominada masculinidad hegemónica, entendida como el patrón de prácticas, representaciones culturales y contenidos subjetivos que sostienen y actualizan la dominación de los hombres sobre las mujeres y de unos grupos de hombres sobre otros.

Vamos reconociendo que estas relaciones son construcciones culturales, y por ende situadas en tiempo y espacio, cambiantes, continuas y actuantes, es decir cuanto más se las aprende a actuar, más se las reafirma, combinadas con otras variables como raza, etnia, religión, capital social y cultural. Frente a la aceleración ya mencionada, la edad comienza a ser una distinción necesaria y urgente. Estas construcciones no solo implican hablar de hombres y mujeres, sino lograr interpelar las formas en que las diferencias y semejanzas relacionadas con la sexualidad física son comprendidas, consentidas, organizadas y practicadas en cada una de nuestras sociedades.

La crisis de las masculinidades es parte del discurso de esta modernidad, sin embargo digo que lo que está en crisis, no sólo es esa realidad, a medias, sino el sistema sexo/género como producción cultural conjunta, afirmando que debemos hablar también de feminidades plurales, también en continua recreación, y por ende crisis. Ser hombre o mujer no son estados de existencia original, natural, son categorías dentro de este sistema, cuyos significados se modifican a menudo, no son inmutables, son.

TRAYECTORIAS TRAZADAS

Antes de nacer las expectativas por las que somos atravesados como futuros hombres y mujeres son diferentes, construyendo, desde el vamos, un sistema de privilegios (masculinos) y exclusiones (femeninos) que no es visible ni natural, sólo continuo, permanente y de alto impacto: allí reside su eficacia y validez en esas caracterizaciones.

Desde esas proyecciones académicas, laborales, profesionales, hasta las del orden con-vivencial, sexual y emocional, están ahí, en silencio, haciendo lo suyo, aunque no se nombren ni se indaguen; forman parte de los guiones en que nos vamos haciendo, varones y mujeres. Quien socialmente no las siga, será sancionado por todos y todas, nombrado/a por lo que no es, restringido/a en sus derechos seguro.

Privilegios en derechos y recursos es lo que caracteriza el itinerario vital con el que nos vamos haciendo hombres, teniendo opciones, que en la exclusión no se permiten. Libertad en lo público para hacer lo que se nos da la gana, desentendimiento de lo íntimo, riesgo y laboriosidad, voz y sentido de mando, dificultad de registro de nuestro propio decir y sentir, permiso para tomar distancia continua de nuestras opciones afectivas, desapego de lo social: allá vamos haciéndonos, éxito y poder nos aguardan. Suena raro saber de privilegios y no poder registrarlos, tenerlos sin recorrerlos. Ello confirma aquel viejo decir que los hombres somos los últimos en enterarnos.


LA MASCULINIDAD OTORGADA: SER MACHO MATA

Deberíamos entonces intentar saber qué es la masculinidad, para seguir indagándonos con cierto sentido. Javier Pineda escribe : “La masculinidad es ese conjunto de connotaciones, representaciones y valoraciones asociadas con el ser hombre, que pueden ser usadas, afirmadas o alteradas también por las mujeres, y pueden convertirse en hegemónicas cuando son usadas para ejercer poder”[2]

Es entonces que podemos decir que la masculinidad es algo que me otorgan, no que soy. En mis años de trabajo con/entre hombres de toda América fui descubriendo que para la mayoría de nosotros, ser hombre no es un deseo ni una opción, sino una profunda convicción que no se pone en riesgo ni se indaga, solo es, así de simple, así de complejo. No se indaga ni se pregunta, pues toda la vida nos hemos pasado continuamente dando fe de ello, en cada instante, en todo lugar, que no quede la menor duda.

Sin embargo, no es todo tan blanco o negro, los grises se van conformando en la tensión continua que implica lo demandado, el deber ser y lo que puedo o estoy dispuesto a ser. Algunos episodios en las experiencias vitales de los hombres (cambios o sucesos) a lo largo de los ciclos vitales van generando tensiones y respuestas ambivalentes en el uso que hacemos de una u otra forma de masculinidad no única.

Todo corrimiento de lo demandado pone en riesgo cómo me nombren o me vean, y por ende transita los grises de la no confirmación, quiebra la convicción que me ha traído hasta aquí, haciéndome menos hombre. Oscar Guasch nos dice: “La masculinidad es como una cebolla: no hay nada debajo y hace llorar. Pese a que ejercer de macho mata, la masculinidad es frágil porque implica un estatus adquirido que puede perderse con facilidad. Por eso los hombres arriesgan tanto para probar todo el tiempo que son hombres de verdad. Ningún hombre quiere ser degradado al estatus de marica, ni a sus equivalentes estructurales: calzonazos, cobardes, o nenazas”.[3]

Justa razón tiene. Somos la suma continua de diversidad de privilegios, hasta aquel que nos lleva permanentemente a demostrar a todos y todas cuán hombres somos. Cuando nos vamos sacando algunos privilegios registramos que sin ellos no hay nada que nos indique fácticamente que somos hombres. Una vez que las capas/máscaras se van desentrañando, van apareciendo opciones, territorio fértil que hoy vamos transitando, al menos en ciertos ámbitos institucionales y sectores de la sociedad. La masculinidad asociada al sistema patriarcal (expresado en algunos contextos con el término de machismo), compite con otras formas de ser hombre y con otras prácticas más democráticas en la forma en que los hombres y las mujeres se relacionan.

Estas masculinidades no hegemónicas (marginales o subordinadas) han puesto en aprietos el corazón mismo del poder masculino en tanto fruto de condiciones históricas y sociales particulares que lo han hecho modelado. He aprendido, con el tiempo, que dentro del movimiento de hombres ponemos en juego un modelo de masculinidad única que se replica casi sin darnos cuenta; la hipercompetividad, los juzgamientos y los torneos tipo “Justa del saber” son moneda corriente, desautorizando, excluyendo, dejando de lado, siendo el mayor de los riesgos en la subsistencia de los mismos.

OTRA MASCULINIDAD ES POSIBLE

Es el instante fecundo de preguntarnos ¿Qué tipo de hombre quiero ser? Lo que se construyó y sostuvo entre otros y otras, no puede ser desandado solo. Estas opciones se potencian, si las comparto con otros hombres, ni buenos ni malos, diferentes. En estas respuestas, donde la tarea de hacerse hombre deja de lado lo prescripto para constituirse en un rumbo propio con otras y otros, en este proceso ya no somos centro del mundo ni eje, sino parte de él, tomando partido también sobre que tipo de mundo quiero vivir.

Extrañeza del modelo que vamos deshilvanando, saudades de lo que hemos entregado para no ser mirados en la desconfianza del no-ser, añoranzas de un modelo armado y determinado con receta y formula escrita, siempre sabíamos cómo actuar. Pero ahora la incertidumbre de la propia tarea no tiene script, sólo voluntad e inteligencia al servicio de esa tarea: vivir muestras propias vidas masculinas con mayor entendimiento y dignidad. Es probable que esta ardua tarea resulte mucho más ingrata que la anterior, pues aquí no hay fórmulas, sólo es indagarse entre otros y otras, tomando decisiones cotidianas; no hay fanfarrias ni estruendos, ni trompetas de gloria esperándonos, sólo hay vida digna, más propia y menos ajena. Esta añoranza, se pondrá atenta en cada encuentro con conocid@s pues es ése, el relacional, el dominio preciso donde actuaremos lo novedoso y se nos demandará, pedirá y exigirá justamente aquello que hemos dejado, la frontera que hemos atravesado, la del no –retorno.

Muchos hombres y muchas sugieren que estos procesos forman parte de la idea bien vendida de “desarrollo personal”, que no implica cambiar el sistema en su conjunto. Quienes vamos recorriendo este camino notamos que es parte de una transformación lenta mucho mayor, pues los hombres levantamos la vista de nuestro ombligo (detalle no menor, vale la metáfora) hacia lo social, hacia los otros y otras en toda su dimensión.

La Campaña Lazo Blanco es una herramienta, un instrumento de voluntad y decisión de participar, de ser parte ni central ni al margen. Somos hombres, mujeres, jóvenes que no queremos violencia en nuestros futuros comunes, ni privilegios, ni silencios cómplices. Día a día estas afirmaciones se enlazan con organizaciones sociales de todo tipo. Haciendo con otras y otros vamos creciendo. Ése es el desafío: dejar de tener coronitas para enlazarnos en las diferencias, celebrándolas.

[1] Heller Agnes: “Existencialismo, alienación, postmodernismo: los movimientos culturales como vehículo de cambio en la configuración de la vida cotidiana”. En Políticas de la posmodernidad. Ensayos de crítica cultural. Península, Barcelona, 1989.
[2] Pineda, Javier (2003), Masculinidades, género y desarrollo. Sociedad civil, machismo y microempresa, Ediciones Uniandes, Bogotá.
[3] Guasch, Oscar. (2006). Héroes, científicos, heterosexuales y gays: los varones en perspectiva de género. Editorial Bellaterra. España.
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Hugo Huberman es facilitador de Género, paternidades y familias, y coordinador de la campaña Lazo Blanco. wwww.hombrespadresfamilias.blogspot.com - http://www.lazoblanco.org/
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