1 de septiembre de 2001

Un sueño de aluminio


I.M.P.A. LA FÁBRICA CIUDAD CULTURAL

A pesar de las tantas crisis económicas atravesadas por la Argentina, un grupo de trabajadores metalúrgicos ha podido remar contra las adversidades de los últimos tiempos, a fin de mantener su lugar de trabajo. Lucha y solidaridad se combinan en un proyecto tan diferente, como atractivo.


Por Javier Cacio



En el barrio de Almagro, existe un lugar que a simple vista, desde su fachada, puede pasar desapercibido ante los ojos de los transeúntes que circulan por su frente, pero que en su interior tiene forma de una verdadera caja de sorpresas...

Sobre la calle Querandíes 4290, entre Rawson y Pringles, puede leerse al frente del portón de entrada, la sigla IMPA (Industrias Metalúrgicas y Plásticas Argentinas). Desde 1961 y hasta 1998, como su nombre lo indica, dicho lugar funcionó exclusivamente como una fábrica de materiales plásticos y de aluminio que, lamentablemente, por problemas económicos, no pudo escapar de los procesos depresivos de nuestro país, al punto de tener que soportar un vaciamiento por parte de algunos de los socios de la Cooperativa con la que funcionaba el lugar. Ante el intento de este vaciamiento, un reducido número de trabajadores, deciden ponerle el pecho a la situación en defensa de lo que era su fuente de trabajo.

Es precisamente hacia fines de 1998 donde una nueva historia comienza gracias a la ayuda y solidaridad de los propios trabajadores que al ver desterrada su fuente de subsistencia deciden unirse para poder afrontar el cierre de la fábrica y así reiniciar las actividades, aunque sea de manera más recortada, pero que les permitió finalmente y hasta la actualidad, salir a flote de un barco que parecía naufragar a la deriva. Y dicha instancia, tal vez sin pensarlo, tal vez con plena conciencia, dio lugar y originó un espacio totalmente diferente, donde los trabajadores puedan retribuir algo de la ayuda que fueron recibiendo y que hizo posible abrir nuevamente las puertas de “La Fábrica”.

Es así como, simultáneamente con la producción industrial, en esta etapa solamente de materiales de aluminio, se empiezan a realizar pequeños actos culturales en forma de charlas, conferencias, fiestas, y eventos de todo tipo. De apoco, a partir de un mínimo conocimiento, se fueron sumando grupos de personas interesadas en el emprendimiento, hasta conformar este verdadero espacio de encuentro cultural, hecho a pulmón.

Se empieza a formar un cuerpo mancomunado, gracias a la unión de estos grupos de personas que se fueron acoplando al proyecto, hasta conformar un espacio donde lo que prima es la horizontalidad traducida en un “Colectivo”, como tan satisfactoriamente califica Ana Cinko, responsable del Seminario de Investigación Teatral que se dicta en La Fábrica.

Este “Colectivo” puede decirse, es la estructura interna con que cuenta el luga donde precisamente no existen estamentos jerárquicos, más allá de las comisiones y asambleas necesarias para organizar y coordinar los talleres y seminarios, la agenda de espectáculos, y la actividad de prensa y comunicación, encargada de la revista Impacto, con que cuenta La Fábrica.

Actualmente las actividades que se desarrollan en este reducto son cuanti y cualitativamente muy variadas. En La Fábrica se dictan talleres de música, danza, teatro, dibujo, pintura, escultura, macramé, resina, orfebrería, escenografía, títeres, idioma y hasta construcción de instrumentos musicales.

Los 30 talleres que se dictan, alcanzan un número de hasta 20 alumnos por clase y, dado que estas son las principales actividades rentadas con que cuenta el lugar, muchas veces los asistentes pueden afrontar dicho arancelamiento a través de cualquier especie, gracias al trueque.

Toda actividad que haga a la estructura del recinto, fuera del dictado de los cursos, es realizada ad-honorem por los talleristas internos, mientras que aquellos que no forman parte de la estructura, pero tienen a cargo el dictado de cualquier actividad, destinan para el mantenimiento del espacio un 30 % de sus cursadas.

El verdadero motor de La Fábrica es el simple hecho de participar de un emprendimiento alternativo, en un reducto que, a las claras resulta impensado de llevar a cabo.

“El lugar es tan fuerte, tan duro de asimilar que, el que se queda verdaderamente se la banca, porque se engancha con lo que se realiza y con la manera con que se trabaja. Se adapta al espacio. Lo pone como un lugar de laburo distinto” , apunta convincentemente Ana.

Las clases se dictan simultáneamente con el funcionamiento cotidiano de la fábrica. Al tiempo de presenciar una clase de danza, o de música, como fondo puede escucharse una orquesta de extractores y balancines con que se realizan los productos de aluminio.

“Decile a Carrizo que apague el extractor”, cuenta Ana que puede escucharse en más de una ocasión.

La fábrica es un lugar absolutamente laberíntico donde pasan muchísimas personas. Crea una atmósfera difícil de imaginar y de comparar con lo cotidiano, o por lo menos con lo que el sentido común nos indica como lugar apropiado para desarrollar actividades artísticas y culturales. Hay una combinación de luces, sombras, ruidos, olores y hasta de voces ocultas. La gente está muy feliz. Hay una evidente gran atracción con lo que se pueda encontrar y con lo que los profesores dejan de sí mismos al dictar las clases, como así también con las personas que trabajan en la parte específicamente industrial.

“Aquí hay dos maneras de ver las cosas. Desde el punto de vista individual, con la elección propia de encontrar una gran satisfacción y una realización personal, y por otro lado, desde un punto de vista colectivo, el tener una esperanza, una certeza de una posibilidad de cambio de manera conjunta y con un mismo fin. Tanto los obreros como los trabajadores de la cultura estamos demostrando una posibilidad, una verdadera alternativa”.

En cuanto a la identidad de La Fábrica, Ana remarca tres conceptos fundamentales: Lucha – Trabajo – Cultura.

“Trabajo y Cultura formaban parte de la idea desde un vamos. Haciendo un llamado de atención, teníamos un poco olvidado a la Lucha como verdadera alma movilizadora, como el verdadero condimento con que se termina de homogeneizar el proyecto cultural. Aquí dentro están los trabajadores que utilizan las máquinas y fabrican los productos de aluminio, y estamos los otros trabajadores, los de la cultura., donde ambos, en forma conjunta construimos estas tres palabras tan significativas.”

"Es muy importante no quedarnos encerraditos aquí dentro creando un microclima. Tenemos que pensar qué pasa con el afuera. Cómo se hace para contener al barrio” , declara Ana, tal vez porque hay gente del mismo barrio que después de estos tres años no tiene el conocimiento suficiente de las actividades culturales de La Fábrica.

“Aquí viene gente de la provincia de Buenos Aires y sin embargo hay gente del barrio que todavía no ha logrado un acercamiento acentuado. Esto puede ser tal vez porque tengamos que hacer algunos ajustes de comunicación o por simples períodos de adaptación".

La Fábrica cuenta con una suculenta cartelera de ofertas de actividades diarias. Las fiestas y los eventos que se realizan tienen aproximadamente una concurrencia de 1100 personas. Hacia fines de Noviembre de 2000, La Fábrica contó con la presencia del músico Manu Chao. La concentración de gente llegó al extremo de formarse una cola hasta la avenida Rivadavia. “Estuvo comiendo con nosotros y dijo que fue uno de los lugares que más le impactó de la Argentina...”

Luego de este recorrido por La Fábrica, para quienes no contaban con la existencia de un lugar de estas características en nuestro país, podemos afirmar que bien vale la pena arremangarse y sumarse a un proyecto cultural diferente.

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